Haruki Murakami - Sueño (por Roberto Wong)

 



He pensado varias veces que no dormir sería una especie de solución. ¿Solución a qué? A la falta de tiempo, a la imposibilidad de abarcar todos los proyectos. Morir es darse cuenta que uno, en realidad, no ha vivido, que todo se ha ido como en un largo sueño. Esta es la tesis que Murakami explora en el relato «Sueño«, historia que narra la vida de una mujer japonesa que un día se da cuenta que no puede dormir. No es insomnio, mismo que sufrió en algún momento de su juventud y que sabe reconocer bien. No. Es otra cosa. Un milagro o una maldición. Una noche un hombre se le aparece y le empapa los pies con un líquido desconocido:
En cuanto fijé la mirada, la sombra, deprisa, como si fuera incapaz de esperar un instante más, empezó a tomar una forma clara. Sus contornos quedaron definidos, su interior se materializó, se perfilaron los detalles. Era un anciano enjuto que vestía unas ropas ceñidas de color negro. Tenía el pelo gris y corto, la cara afilada. El anciano permanecía de pie, inmóvil, a los pies de la cama. Sin pronunciar palabra, mantenía su mirada penetrante clavada en mí. Sus ojos eran enormes, incluso se distinguían con claridad las venas rojas que los surcaban. Pero su rostro carecía de expresión. No intentó decirme nada. Estaba vacío como un agujero.

A partir de ese momento la protagonista aborda los absurdos que componen su vida, una rutina mecánica y sin sorpresas. Una membrana de extrañeza empapa todo. Su marido. Su hijo. Su pasada juventud.



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