Evita Libro - La niña de sus ojos
(...) Pero no saben, no tienen ni idea de hasta dónde pueden llegar dos guachos . como Perón y Eva. si les es dado disfrutar de sus conquistas en un palacio afrancesado, como el Unzué, comprado por el Estado nacional para salvar a unos ricatólicos en desgracia y destinarlo a residencia presidencial, con sus insomnes leones de piedra blanca, su galería flanqueada por columnas de gloria, su majestuosa escalera en Y. No saben. Perón y Eva se trepaban a las barandas de esa escalera y reconstruían allí los juegos de toboganes placeros que no habían disfrutado a su debido tiempo. La ausencia de infancia la prolonga para siempre, dijo un poeta diestro en paradojas. Desde el primer piso se montaban en las barandas, él a la derecha y ella a la izquierda. La voz de partida la daba ella, porque decía que siempre era justa y que, en cambio, él era ducho en triquiñuelas. Se lanzaban a caballo desde la baranda y llegaban al unísono, o sea que la diferencia sobre quién de los dos apoyaba primero el pie era de décimas de segundos. Perón cantaba ¡gané. y Eva protestaba. En esas competencias los encontró una vez el padre Leonardo, que llegaba a intercambiar opiniones sobre conflictos terrenales. Eva le exigió. Padre, usted se me queda en la punta de la escalera y dictamina, como si fuera la voz del Señor, quién de los dos pone primero el pie en el suelo, porque este es un vivo. Y el cura los vio. dos saetas sonrientes, zigzagueando sobre los pasamanos redondeados de mármol, sin concederse nada, concentrados, sin mirarse siquiera de reojo para hacerse de la contienda. ¡Perón. cantó el cura. Él se dejó ganar la siguiente carrera, pero Eva se dio cuenta y le dio un ataque de furia.
(Vicente Muleiro, La niña de sus ojos).
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