Aleister Crowley colocado por Martin Bellaco

Con la bebida había empezado Aleister Crowley muy pronto, pues hemos de tener en cuenta que su padre hizo fortuna creando y fabricando una cerveza que se hizo bastante popular en Londres. Sus progenitores, fundamentalistas seguidores de la Biblia y muy temerosos de un Dios cruel y vengativo, extrañamente nunca encontraron nada pecaminoso en el consumo de alcohol y su hijo, gran amigo del exceso como forma de vida, fue durante toda ella un generoso bebedor. Desde muy jovencito, uno de sus cócteles favoritos consistía en una mezcla de brandy añejo, kirsch (destilado alemán de cereza), absenta, unas gotas de tabasco y jarabe de éter al gusto. Durante una época Crowley afirmaba echarse cada mañana al coleto media pinta de este bebedizo, “como si fuera un bracero”, porque le animaba bastante. Gran degustador de brandy, calvados y champán, así como de cualquier vino de calidad, durante sus años de juergas artísticas, poesía, romance y Magia en París cayó también rendido a los pies de la absenta, a la que dedicó un largo y maravilloso poema titulado “Absenta: la Diosa verde” (1918). Además de cantar las sibaríticas glorias del destilado de ajenjo, Crowley ya daba muestras de una postura abiertamente contraria al paternalismo prohibicionista en el tratamiento de la ingesta de los llamados “tóxicos” al comentar la ilegalización de la absenta: “me niego a calcular los usos de algo contemplando los escombros de su abuso". Algo, por cierto, radicalmente actual. Más allá de que fuera un gran bebedor, Crowley despreciaba profundamente el alcoholismo, pues suplanta la Verdadera Voluntad y abotarga el entendimiento: “Nunca tuve una inclinación a beber compulsivamente y siempre evité instintivamente beber repetidamente de modo frecuente”. Su primera esposa, Rose Kelly, acabó muriendo en un manicomio en el que ingresó por alcoholismo terminal. En todo caso, el alcohol en relación con la Magia no resultaba interesante para Crowley: “Demasiado general en sus efectos para resultar útil”, sentenció.


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Uno de los magos más importantes de todos los tiempos y un extraordinario y prolífico escritor. Creador de su propia religión que es, en realidad, una anti-religión y un sistema filosófico para desarrollar individualmente. Rebelde, chulo, charlatán, ocultista, sátiro, juerguista, maestro del ajedrez, reputado alpinista, maestro de yoga, espía, sablista, bisexual, embaucador, intelectualmente superdotado, transgresor, cabalista, humorista, egoísta, desparramador, inagotable viajero, gurú, poeta, profeta, excéntrico, erudito, taoísta, politoxicómano, narcisista, artista, sabio, mitómano, filósofo, visionario, traductor, aventurero y un auténtico notas. Todo esto y más, mucho más, fue Aleister Crowley, nacido Edward Alexander en la Inglaterra de 1875 y fallecido, también en Inglaterra, 72 años más tarde. Precursor en multitud de campos, mega hippie avant la lettre y auténtica estrella del rock and roll antes de que existiera tal cosa, así como firme pilar de lo que luego se llamó contracultura, la influencia de Aleister Crowley está hoy más extendida y viva que nunca. Sobre este poliédrico Titán se han escrito millones de páginas, pero hoy nos centraremos en su relación con las drogas, terreno en el que fue, indiscutiblemente, un absoluto pionero y seguramente el primer psiconauta consciente.

Aleister Crowley colocado
por Martin Bellaco


ADDENDA

CROWLEY PARA NEÓFITOS
Aleister Crowley nació en 1875 en el seno de una familia próspera gracias a la patente y fabricación de una cerveza. Era el hijo único de un matrimonio de estrictos fundamentalistas puritanos de la congregación de los Hermanos de Plymouth. Aquella ultra ortodoxia cristiana de su niñez, en la que todo era pecado, marcaría profundamente su vida y su obra. Lector compulsivo desde pequeño, Crowley se centró precisamente en todos los libros que le habían prohibido para empezar su vasta educación, en buena parte autodidacta, que incluyó además todas las ramas del saber. Cursó estudios en Cambridge, pero renunció a graduarse en un gesto típicamente suyo.

Con apenas veinte años, Crowley heredó una importante fortuna que dilapidaría en las siguientes dos décadas viajando, editando primorosamente todas sus obras, así como su seminal revista The Equinox, corriéndose juergas y cayendo en todo tipo de dispendios. Como él mismo confesó: “Me habían enseñado a esperar todos los lujos. Nada era demasiado bueno para mí... Cuando entré en poder de mi fortuna no estaba preparado en absoluto para usarla con la prudencia habitual y todos los vicios inherentes a mi educación encontraron el terreno apropiado para desarrollarse”. Con una vanidad a prueba de bombas y un intelecto superlativo, Crowley pretendía, ni más ni menos, dominar todo el saber científico, poético y filosófico de su tiempo y, después, convertirse en el Mago más importante de todos los tiempos. A ello, a realizar su Verdadera Voluntad, se puso con todo su ser tras haberse convertido ya en un poeta bastante reconocido, un ajedrecista de gran nivel y un alpinista tan renombrado como temerario, además de haber viajado por medio mundo.

Su camino esotérico cobró verdadera vida cuando ingresó en la Orden Hermética del Amanecer Dorado, la Logia más importante de Inglaterra, que aunaba las enseñanzas de la masonería, con ritos egipcios, el estudio de la Cábala y Enseñanzas Secretas. En la Golden Dawn, Crowley, que tenía 22 años fue avanzando con rapidez en su jerarquía iniciática y aprendiendo todas sus enseñanzas, que luego integraría en la Astrum Argentum, su propia Orden Hermética, y en la Ordo Templi Orientis, una logia francmasona basada en la magia sexual, de la que se convertiría en líder. Pero en la Golden Dawn no tardó en tener problemas cada vez mayores, hasta conseguir dinamitarla por completo. El espíritu indesmayable de Crowley necesitaba algo más y le llegó de manera mágica en 1904. En un museo de El Cairo una entidad suprahumana, Aiwass, le dictó El Libro de la Ley, que acabaría convirtiéndose en la obra fundamental de la nueva religión por él creada: Thélema (del griego Voluntad). El Rabelaisiano lema “Haz lo que quieras será la única Ley” y “El Amor es la Ley. El Amor bajo la Voluntad” se convirtieron en los preceptos máximos de la religión del nuevo Eón de Horus, que otros llamarían luego la Era de Acuario, del que Crowley sería el nuevo Mesías.

La filosofía de la nueva religión del Amor bajo la Voluntad la puso Crowley en práctica junto a su Mujer Escarlata de la época, Leah Hirsig, y unos cuantos adeptos en la aldea siciliana de Cefalú, donde fundó la Abadía de Thélema, en 1920, hasta que fue expulsado por Mussolini tres años después. Allí vivieron su voluntad thelémica de sexo, drogas y comunión con la naturaleza que tal vez les suene de utopías medio siglo posteriores. Del tratamiento y la explotación de los diarios sensacionalistas ingleses de la época datan todas las estupideces de “el hombre más perverso del mundo”, “el depravado satanista” y un larguísimo etcétera de embustes que siguen adornando su inabarcable figura hasta el día de hoy. Antes había adquirido una propiedad junto al Lago Ness, la Mansión Boleskine, donde realizó diversas operaciones mágicas y que, décadas después, compraría Jimmy Page, líder de Led Zeppelin y confeso admirador del Mago.

Crowley, que con su inimitable narcisismo humorístico, se consideraba a sí mismo una de las personalidades más importantes de todos los tiempos, vivió en Londres, París, Nueva York, Berlín, Túnez o México DF. Existe bastante controversia sobre su actuación en las dos guerras mundiales, él sostenía que era un agente secreto inglés, mientras algunos autores consideran que trabajó para los alemanes y, otros, que fue un agente doble de la Inteligencia Británica. Lo único seguro es que convenció a Churchill para que utilizara el signo de la V de Victoria como Arma Mágica frente a la esvástica de Hitler.

Indudablemente, la figura de Aleister Crowley se ajusta como muy pocas al adagio norteamericano bigger tan life. Sobre la enorme y variada influencia de Aleister Crowley tras su muerte no queda nada por decir, hay amplísima información al respecto y miles de millones de fake news. Tan sólo recordar las palabras de Timothy Leary recordando al Mago en plena efervescencia del LSD: “Soy un gran admirador de Aleister Crowley y creo que estoy continuando gran parte de la labor que él empezó hace cien años… Me apena que no esté aquí para apreciar los resultados de lo que él comenzó”.

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