Balaclava 1853 IV - Tener historia y saber contarla

Tener Historia y saber contarla: la carga de la Brigada Ligera (1854-1968)

Lunes, 4 noviembre 2019, 12:30
Por  Carlos Rilova Jericó

He oído muchas veces la expresión que dice que una cosa es tener gracia y otra ser gracioso. Con la Historia pasa algo parecido. Sobre todo cuando hablamos de eso que llaman “Historias nacionales”.

En efecto, no es lo mismo tener Historia como nación (milenaria, bicentenaria o incluso más o menos imaginaria, como estamos viendo últimamente) que saber contarla.
A ese respecto los anglosajones resultan, como siempre y, al menos, hasta ahora, imbatibles. El caso de la famosa carga de la Brigada Ligera es uno de los ejemplos que más me han fascinado como historiador. No tengo más remedio que reconocerlo.
Pongámonos en antecedentes. Ese hecho, la carga de la Brigada Ligera del Ejército británico de plena época victoriana, tuvo lugar un 25 de octubre de 1854, en el marco de la llamada Guerra de Crimea que se desarrolló entre el año 1853 y el de 1856. Episodio bélico al que, por cierto, ya se ha aludido en el correo de la Historia en ocasiones anteriores. Sobre todo por lo que respecta a la presencia en ella de militares españoles como el general Prim…
La guerra en cuestión estalló porque los rusos trataron de expandirse a costa de un imperio moribundo. En este caso el turco. Algo que difícilmente podían ver con calma otras potencias europeas para las que Oriente Medio era altamente estratégico. Caso de la Gran Bretaña victoriana que tiene su principal colonia en esos momentos en la India o de la Francia de Napoleón III, que está forjando un imperio africano y asiático en esas fechas. Para ambas, si un imperio fuerte o agresivo, como la Rusia zarista, se hacía con el control del Mar Negro y del Bósforo, las cosas se podían poner muy mal para sus respectivos imperios en formación.
De ahí vino el envío de tropas tanto francesas como británicas para ayudar al maltrecho imperio turco y ganarse con ello la gratitud de ese agonizante estado que era justo el que convenía, en ese momento y lugar, a Francia y Gran Bretaña.
Entre las muchas batallas que se darán para expulsar a los rusos de Crimea, una de ellas será la de Balaclava. Justo aquella en la que tendrá lugar esa famosa carga de la Brigada Ligera.
En nuestra sociedad 2.0 (la de Wikipedia) el hecho ha quedado sumariamente recogido como un desastre militar británico.
Probablemente lo fue. En términos objetivos la carga de escuadrones de Caballería ligera británica ese 25 de octubre de 1854 sólo tuvo como resultado notable la pérdida de la mayor parte de los efectivos de esos regimientos de húsares, dragones y lanceros británicos, quedando en duda -todavía hoy- el daño que pudieron infligir los escasos soldados y oficiales que rebasaron la línea final de la Artillería rusa emplazada al fondo del valle que Lord Alfred Tennyson, en el poema que inmortalizó la carga, definió como “Valle de la Muerte”.
Desde ese día de 1854 hasta hoy, la discusión en torno a esa carga no ha cesado. Los mandos implicados: Lord Raglan, Lord Lucan, Lord Cardigan… se interpelaron públicamente en la prensa de la época e incluso en las tribunas políticas, pero, entre tanto, la eficaz maquinaria literaria anglosajona -esa que todavía hoy domina el mundo en papel impreso, digital o, sobre todo, en pantalla- ya se había puesto en marcha.
Tennyson, tras leer un relato de los hechos en el “Times”, escribió el poema que realmente inmortalizó el hecho y convirtió en héroes a los 600 -eran alguno más en realidad- que cabalgaron por el “Valle de la Muerte”. Y, fundamentalmente, eso es lo que ha sobrevivido en el imaginario colectivo hasta hoy.
Un sólido relato que, por supuesto, ni siquiera han desmerecido las excursiones historiográficas que ha conocido ese épico episodio.

Es así como en 1936 se hizo una de las dos películas que existen sobre aquellos hechos. No era ni siquiera británica, pues fue producida por la empresa norteamericana Warner Brothers e interpretada por actores norteamericanos como Errol Flynn y Olivia de Havilland. Todo un dato verdaderamente significativo. Algo así como si México hubiera decidido en la misma fecha -1936- dedicar una película histórico-épica al episodio de los cuadros de Infantería española en la primera Batalla de Alba de Tormes, la de 1809… Cosa que, por supuesto, no sucedió ni, de momento, parece que vaya a suceder.
En esta primera película sobre la carga de la Brigada Ligera, se da un relato de los hechos bastante modificado. Así la mayor parte de la película transcurre no en Crimea en 1854, sino en la India. Esas aventuras coloniales exóticas -con las que Hollywood ha hecho fortuna durante años- proveían, sin embargo, de un sentido a la carga de los lanceros británicos en Balaclava para vengar allí la matanza supuestamente perpetrada por un emir local, que encarna en esa película todos los vicios y defectos de un “malo” oriental de aquel Hollywood anterior a lo políticamente correcto.
Pero, en conjunto, desde el principio hasta las escenas finales en Crimea, toda la película de Michael Curtiz era una exaltación de aquellos 600 jinetes cantados por el poema de Lord Alfred Tennyson como verdaderos héroes a los que nadie podría superar.
Con el tiempo, no cedió lo más mínimo esa exaltación épica de lo ocurrido en Balaclava. Así, en 1968, se hizo otra película, “La última carga”, esta vez, sí, británica, en la que, además de una cuidadosa puesta en escena que refleja perfectamente la época victoriana -desde los callejones infectos hasta los palacios, pasando por los cuarteles- se volvía sobre los pasos de aquellos controvertidos hechos.
Los principales lores implicados en el asunto -Raglan, Lucan, Cardigan…- eran reflejados en esa nueva película como unos pomposos excéntricos incapaces de entenderse entre ellos y que, por tanto, habrían desencadenado así el desastre. Sin embargo, aun así, “La última carga” seguía, en definitiva, ofreciendo un espectáculo pasmoso sobre el poderío militar británico en la época.
Buena prueba de ello es que los Cazadores de África, la unidad de caballería francesa que protege en realidad a los 600 -y pico- de ser masacrados totalmente en la retirada tras el ataque a la Artillería rusa, apenas aparece en la cinta. Sólo son mencionados de pasada en alguno de los diálogos y el resto de franceses que aparecen en la película son poco más que un elemento casi cómico para apuntalar las actuaciones de los excéntricos -pero en definitiva entrañables y divertidos- generales británicos.
Así, en conjunto, venimos a ver que incluso ese cine revisionista de los años sesenta parece incapaz de dar otra clase de relato sobre aquel desastre de Balaclava. El mismo que, en definitiva, se convierte en un hecho glorioso desde casi el mismo momento en el que tiene lugar y en Londres se debate sobre si realmente fue un desastre o un hecho más de los muchos que los británicos en particular -y los anglosajones en general- han convertido en esa herencia inmaterial que, todavía hoy, les da una enorme solidez como naciones con una Historia y un idioma común.
Justo lo que se puede esperar de quienes no sólo tienen Historia, sino además saben contarla. Y, de paso, con ese alto grado de profesionalidad que tan bien saben dirigir y explotar, vendérsela a países con una Historia igual o superior a la suya pero que, lamentablemente, siguen casi en pañales en estas cuestiones. Por acción o por omisión…
https://blogs.diariovasco.com/correo-historia/2019/11/04/tener-historia-y-saber-contarla-la-carga-de-la-brigada-ligera-1854-1968/





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Battle of Balaclava

December 9, 1854 Into the Valley of Death

Field Marshal Fitzroy James Henry Somerset, 1st Baron Raglan (left), was in overall command of the allied armies. Raglan occupied a high spot where he could see the battle unfolding before him, but didn’t seem to realize that his subordinates below couldn’t see what he could see. Spotting a small Russian detachment trying to get away with captured cannon, Raglan issued an order to Lucan, in overall command of his Cavalry. “Lord Raglan wishes the Cavalry to advance rapidly to the front, follow the enemy, and try to prevent the enemy carrying away the guns.” As Staff Officer Louis Nolan left to deliver the message, Raglan shouted “Tell Lord Lucan the cavalry is to attack immediately“.

The Light Brigade was well suited to such a task, but the men below had no idea what Raglan meant by such a poorly worded order. The only guns they could see were dug in Russian artillery a mile away, at the other end of the valley. When Nolan brought the order, Lucan demanded to know what guns. With a contemptuous sweep of his arm, Nolan pointed down the valley.   “There, sir, are your guns“.

The order that came down from Lucan to Cardigan called for a suicide mission, even for heavy cavalry. The “Lights” were being ordered to ride a mile down an open valley, with enemy cannon and riflemen lining both sides, into the muzzles of dug in, well sighted, heavy artillery.

Nose to nose and glaring, neither man blinked in the contest of wills. In the end, Cardigan did as ordered. 674 horsemen of the Light Brigade mounted up, drew their swords, and rode into the valley of death.  

El mariscal de campo Fitzroy James Henry Somerset, primer barón Raglan (izquierda), estaba al mando general de los ejércitos aliados. Raglan ocupaba un lugar alto donde podía ver la batalla que se desarrollaba ante él, pero no parecía darse cuenta de que sus subordinados de abajo no podían ver lo que él podía ver. Al ver un pequeño destacamento ruso que intentaba escapar con el cañón capturado, Raglan emitió una orden a Lucan, al mando general de su caballería. "Lord Raglan desea que la caballería avance rápidamente hacia el frente, siga al enemigo y trate de evitar que el enemigo se lleve las armas". Cuando el oficial de estado mayor Louis Nolan se fue para entregar el mensaje, Raglan gritó: "Dígale a Lord Lucan que la caballería debe atacar de inmediato".

La Brigada Ligera estaba bien preparada para tal tarea, pero los hombres de abajo no tenían idea de lo que Raglan quería decir con una orden tan mal redactada. Las únicas armas que pudieron ver estaban excavadas en la artillería rusa a una milla de distancia, en el otro extremo del valle. Cuando Nolan trajo la orden, Lucan exigió saber qué armas. Con un movimiento despectivo de su brazo, Nolan señaló el valle. “Allí, señor, están sus armas”.

La orden que descendió de Lucan a Cardigan pedía una misión suicida, incluso para la caballería pesada. Se ordenó a los "Ligeros o livianos" que cabalgaran una milla por un valle abierto, con cañones enemigos y fusileros alineados a ambos lados, hacia las bocas de la artillería pesada atrincherada y bien vista.

Nariz con nariz y soberbios, ninguno de los dos hombres titubeó en el choque de voluntades. Al final, Cardigan hizo lo que le ordenaron. 674 jinetes de la Brigada Ligera montaron, desenvainaron sus espadas y cabalgaron hacia el valle de la muerte.



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