Ampliación del campo de batalla

"Es la primera vez que me enfrento desarmado a una crisis depresiva (comenzó hace unas dos o tres semanas tras el asesinato de un hombre al que no conocí afuera de mi trabajo) pero tengo como ventaja una larga lista de crisis superadas, siempre de la manera más digna posible. Conozco mejor mis síntomas, sus señales y su significado. He entendido que la disminución en el gusto musical también la acompaña una disminución en la capacidad de sentir placer y en la capacidad (por extraño que parezca) de la concentración." (Ampliación del campo de batalla, Michel Houllebecq)


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AMPLIACIÓN DEL CAMPO DE BATALLA, DE MICHEL HOUELLEBECQ

Ampliación del campo de batalla de Michel Houellebecq

Borges dijo en numerosas entrevistas que toda su obra estaba de alguna manera secretamente anunciada y contenida en su primer libro de poemas, Fervor de Buenos Aires. Este vaticinio de completitud en la primera obra no es tan extraño como podría parecer, y desde luego es algo que se cumple en el caso de Ampliación del campo de batalla de Michel Houellebecq. No podrá decirse, sin embargo, que en Houellebecq ese anuncio de completitud sea secreto ni mucho menos. Los símbolos, los elementos que le han consagrado como una de las figuras fundamentales y más célebres del malditismo contemporáneo están presentes en Ampliación del campo de batalla, y volverá a repetirse, con distintos matices en obras posteriores, como en Las partículas elementales.

Lo que Houellebecq plantea en Ampliación del campo de batalla, y por extensión en toda su obra, es una revisión del tema existencialista y nihilista, adaptado a nuestros días. Para ello recurrirá a la primera persona, a un personaje de nombre desconocido, un ingeniero informático que trabaja en un París que poco tiene que ver con la famosa ciudad de las luces ─más bien descrito como un entorno siniestro─ y que ronda la treintena y que se siente devastado por una profunda depresión que no es otra que la decadencia de la sociedad en la que se ve obligado a vivir. El paralelismo entre este personaje y el Michel de Las partículas elementales es evidente: ambos son hombres de ciencia, alienados con su trabajo, aislados interiormente, incapaces de comunicarse con el mundo, inútiles en el terreno sexual por simple desidia, por falta de interés; en definitiva, devorados por un hastío del mundo que se manifiesta en la más absoluta incapacidad para sobrellevar la vida. Al mismo tiempo, se plantea la dualidad por oposición a través del personaje de Tisserand, un individuo patético, obsesionado con el sexo e incapacitado para mantener relaciones debido al rechazo social que causa su fealdad. Este Tisserand se desarrollará posteriormente en Bruno, aunque el lazo que une a ambos personajes se estrecha, pasando de ser compañeros de trabajo a hermanos. Bien podría decirse que Las partículas elementales son una «ampliación de Ampliación del campo de batalla», reelaborado, con una construcción más sólida.

El hastío hacia todas «las cosas de este mundo» va apareciendo progresivamente ─en cierto momento recordará que «ha habido ciertos momentos en que tenías una vida»─, ya casi desde la primera página del libro. Uno de los personajes, un sacerdote amigo del protagonista, considera a este antihéroe como un símbolo del agotamiento vital que padece la civilización, algo que parece confirmar él mismo al ser consciente de estar privado de interés por la sexualidad, por las ambiciones o por cualquier tipo de distracciones. En este estado de ánimo, con estas palabras se describe el malestar del personaje: «Siento que se están rompiendo cosas dentro de mí, como paredes de cristal que estallan. Ando como un león enjaulado, rabioso, necesito actuar, pero no puedo hacer nada, porque todas las tentativas me parecen condenadas al fracaso de antemano. Fracaso, fracaso por todas partes. Sólo el suicidio resplandece en lo alto, inaccesible»


El suicidio se plantea como una opción real ─parece que fumar se ha convertido en el único sentido de la vida, en la única forma de expresar la libertad─, pero tampoco parece dispuesto a llevarlo a cabo. La vida se entiende desde el punto de vista del absurdo, como un estado transitorio vacío y carente de significado, algo que se describe como cruzar a nado un río sin que haya orilla al otro lado, sin destino, sin un lugar al que llegar y en que descansar. A pesar de este nihilismo no se enfoca la muerte con temor, y cuando el personaje siente que está a punto de morir no es miedo lo que siente. De este sentimiento existencialista de la vida, denominado oficialmente depresión no puede escapar ni con la ayuda de profesionales, de psicólogos o de psiquiatras. No hay solución posible.

Parece que este lamentable estado vital proviene de la incapacidad del personaje para relacionarse con el resto del mundo, lo que le produce una infinita sensación de soledad que le lleva a hacer la siguiente afirmación: «en realidad no hay nada que impida el regreso, cada vez más frecuente, de esos momentos en que tu absoluta soledad, la sensación de vacuidad universal, el presentimiento de que tu vida se acerca a un desastre doloroso y definitivo, se conjugan para hundirte en un estado de verdadero sufrimiento»

El origen de esta soledad habría que buscarlo en la sensación inexplicable que le invade de ser distinto a los demás, «sin por ello poder precisar la naturaleza de esta diferencia» Parece que ha tratado desesperadamente de vivir según la norma, según lo que las leyes tácitas de la sociedad dictan para estar dentro de la normalidad. Esta norma le produce una sensación de vacuidad, una sed, una insuficiencia que debe llenar con algo más. Así es como decide abandonar el campo de la norma y entrar en el campo de batalla, pasar al otro lado, romper la posible armonía que podría unirle al mundo y comenzar a ver a la sociedad, a los seres humanos, como una entidad extraña, ajena a sí mismo. La depresión comienza cuando la soledad le resulta «dolorosamente tangible»

Para el personaje es evidente que se ha producido una progresiva desaparición de las relaciones humanas que han acabado reduciéndose a un anodino intercambio de información, algo que recuerda al procedimiento que siguen las computadoras a partir de su lenguaje de unos y ceros. Los sentimientos, cualquier atisbo de humanidad, quedan completamente apartados de lo que parece más bien una transacción económica. Tanto es así que deja de existir para él mundo, y así, cuando cae al suelo de la discoteca nadie es consciente de su existencia y comienzan a pisotearle, un hecho que produce en el personaje una violencia insoportable, la necesidad de cortar las piernas a hachazos. No importa lo que el personaje haga, podría cortarse las venas en plena calle sin que nadie moviera un dedo por impedirlo o masturbarse en el metro sin que nadie le dirigiera una sola mirada. Completamente aislado, «como si una película transparente, inviolable y perfecta te protegiera del mundo»

Esta misantropía no se limita al género humano, sino que se extiende a todo el mundo en general: «No me gusta este mundo. Definitivamente, no me gusta. La sociedad en la que vivo me disgusta; la publicidad me asquea; la información me hace vomitar» Durante unos instantes parece que podrá existir una redención, parece que podrá producirse una epifanía y que al fin encontrará la paz ansiada; pero el abismo que le separa del mundo es infranqueable, no hay salvación posible: el mundo es un infierno dantesco en el que no cabe la esperanza; la angustia es completa, al describir el cuerpo como un elemento aislante, una cárcel, o en definitiva, como un habitáculo sin ventanas, sin conexiones ni comunicaciones con el mundo: «siento la piel como una frontera, y el mundo exterior como un aplastamiento. La sensación de separación es total; desde ahora estoy prisionero en mí mismo»

Pero para entender las repercusiones de esta misantropía en el personaje hay que conocer su concepción de la sexualidad como sistema de jerarquía social que hunde sus raíces en el liberalismo sexual ─una idea a la que vuelve en Las partículas elementales─: «Algunos hacen el amor todos los días; otros cinco o seis veces en su vida, o nunca. Algunos hacen el amor con docenas de mujeres; otros con ninguna. Es lo que se llama la “ley del mercado” […] En un sistema económico perfectamente liberal, algunos acumulan considerables fortunas; otros se hunden en el paro y la miseria. En un sistema sexual perfectamente liberal, algunos tienen una vida erótica variada y excitante; otros se ven reducidos a la masturbación y a la soledad. El liberalismo económico es la ampliación del campo de batalla, su extensión a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad» La castración que se autoimpone el personaje parece ser una negación a participar en este sistema que parece más un intercambio de información, una transacción económica que la expresión del amor o la búsqueda del mero placer. En este mundo en que la sexualidad tiene un carácter tan marcadamente jerarquizador existe una dualidad de dominios: uno masculino, basado en el dinero y en el miedo; y otro femenino, cuyo motor es la seducción y el sexo.

La sexualidad es un elemento que hace que el personaje sea consciente del paso del tiempo, de que ha ido progresivamente abandonando el periodo de juventud, de que el mundo es limitado. La primera reacción sería una mezcla de envidia y resentimiento envenenados con odio hacia aquellos que son ahora jóvenes. Finalmente todo se calma, el odio deja paso a la espera de la muerte, a la amargura. Y esta es precisamente la palabra que el protagonista elige para resumir el estado en que se encuentra nuestra civilización en estos momentos: «Ninguna civilización, ninguna época han sido capaces de desarrollar en los hombres tal cantidad de amargura. Desde este punto de vista, vivimos tiempos sin precedentes. Si hubiera que resumir el estado mental contemporáneo en una palabra, elegiría, sin dudarlo, amargura»




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