Pulp fiction: la fiesta del monstruo por La otra.

lunes, 10 de noviembre de 2014
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Pulp Fiction atraviesa espléndida dos décadas. Y hace extrañar aquella insolencia brotada en el seno delmainstream norteamericano. ¿Sería posible hoy la irrupción de un talento así? La oferta del cine yanqui actual está hinchada por la imagen anabólica que impuso Avatar, pero cuando pretenden hacer un cine adulto, con referencias políticas, apenas si les sale el familiarismo demócrata y aguachento de Boyhood.

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Tarantino en 1994 entregó una obra de solidez rotunda, que soporta revisitaciones y trasciende modas. Quizás esto sea posible porque su política de autor no se expuso como un dechado de buenas intenciones, ni pretendió una sospechosa restauración de los géneros clásicos. En cambio, llevó a cabo una reintegratio gozosa y cruel de la gran tradición norteamericana, un magnífico desquicio de la forma pulp. La lectura que lo decodificó rápidamente como un parodista posmoderno (un error en el que también yo incurrí) impidió ver que debajo de la superficie lustrosa se agazapaba un feroz ajuste de cuentas con esa tradición.











Este ajuste de cuentas no iría a tener el aplomo clasicista ni el presunto candor de un Clint Eastwood. Todos admiramos ese aplomo pero su programa político es inviable para la contemporaneidad. ¿Desde dónde se podría sostener una inocencia perdida y un retorno a la antigua nobleza, si no desde la enrarecida abstracción de Jersey boys? ¿Acaso es posible encontrar nobleza en el sinuoso escamoteo de la historia con el que Eastwood atraviesa décadas de cultura pop? Su evocaciónde una cultura popular pre-beatle es el amable ensueño de quien no puede o no quiere hacerse cargo del destino histórico de una comunidad idealizada hasta la falsificación. Esa cultura pop que Eastwood lee desde el limbo de los Four Seasons es cualquier cosa menos inocente. Tarantino ya en 1994 practica el pop con esa crueldad franca que imposibilita las fugas idílicas que intenta el tardío Eastwood.





El pop todavía es posible si renuncia a la máscara del candor. No se puede cantar la elegía de una inocencia que nunca fue. Un rescate del pop desde el presente no permite el atajo de la nostalgia, sino que da lugar a la fiesta perversa del Jack Rabbitt Slim's ("el sueño de los admiradores de Elvis", "un museo de cera con pulso"), que visitan Vincent Vega y la esposa de Marsellus Wallace (Travolta y Uma Thurman) para pasar una noche magnífica, de un brillo maníaco que solo puede conducir al desastre, con un tumulto de bellezas que acuden al baño a empolvarse la nariz para estirar ese brillo un rato más.

Ahí están todos : Marilyn Monroe, James Dean, Ed Sulllivan, Buddy Holly, Douglas Sirk, Chuck Berry, Scarface, Ricky Nelson, Jake Lamotta, Martin y Lewis, The Texas Chainsaw Massacre, Peggy Sue, Kiss Me Deadly y el propio Travolta (en un contexto en el que también Harvey Keitel y Christopher Walken sobrellevan su propia carga icónica). Con el plus de haber forjado incluso un nuevo ícono para este Hall of Fame: la hermosa y agónica Uma Thurman, que en pocos minutos pasa de ser una rutilante heroína a una zombie desastrada por la heroína. Y la prevalencia de Samuel L. Jackson, cuya negritud transita una conversión que le permitirá leer de tres maneras diferentes un pasaje bíblico del profeta Ezequiel sobre el Dios vengador, cuya matriz teológica se impone como uno de los tópicos recurrentes del cine americano, al que Tarantino no cesará de volver. Como volverá Samuel Jackson a instalar en el centro de su cine la negritud a la que el mainstream sigue siendo refractario.





La ley de la ferocidad que emerge de la Norteamérica tras la década neoconservadora se inviste en Pulp Fiction del enérgico glamour que despide el twist de Travolta y Thurman. Si 20 años después esta película sigue tomando el pulso de nuestra contemporaneidad, es porque Tarantino logró una lectura sintomática de la vitalidad que aún circula por la cultura yanqui. Esos síntomas pueden aflorar en el desquicio de la forma que Pulp Fictionpractica, no como mero ejercicio de estilo, sino como una mordaz operación político-cultural.

Pulp Fiction es el retorno de lo reprimido, la fiesta del monstruo, una hazaña que no se podría haber logrado mediante la veneración del pasado. No habría Tarantino sin una copiosa memoria de la industria cultural, pero tampoco con su mera consagración.

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