lunes, 16 de junio de 2008

Las monedas (un recuerdo de 2008)

Un drama inverosímil sucede en Buenos Aires. Se trata de un guión rioplatense de ciencia ficción futurista y distópico al borde siempre, más acá o más allá de la tragedia al son de tango. Sucede en la ciudad y en sus alrededores, su entorno socioeconómico conurbano. Y se trata de lo cotidiano, de la simple y llana rutina que cada ciudadano de a pie debe debe atravesar para realizar el simple acto de viajar en un transporte público, nada más ni mucho menos.
La gente deambulando por las calles en busca de las chirolas para tomar el bondi, las discusiones con los colectiveros por esas malditas máquinas que no entienden razones, la mirada de los comerciantes, a la defensiva cuando nos ven llegar a pedir un paquete de pastillas de menta de las más económicas y pagar con un billete, quien sabe si no guardan detrás del mostrador una escopeta recortada cargada y amartillada por si los pasajeros desencajados y de puro hartzago no deciden tomar por asalto el comercio con el solo fin de alzarse con el metálico (literalmente) y correr como locos con sus bolsillos pesados tras el pasamanos grasiento del último colectivo de la noche. Hasta la escena cotidiana de una simple transacción comercial asemeja una representación de típico western. En este duelo los batientes palpan suavemente sus billetes y se miran a los ojos sin parpadear y se tensan los músculos con el único propósito de protejer hasta las últimas consecuencias a sus damiselas en peligro: las moneditas, esquivas e indiferentes a nuestras penurias.


No alcanza con tener los pequeños cospeles, allí no se acaba el desafío, una vez munido de los mismos se debe atravezar la prueba final de ofrecendarlas a las bocas caprichosas de las máquinas boleteras que a su antojo aceptarán o escupirán aquellas que sabe algún dos por qué pasan o no pasan la selección. Algunas máquinas desajustadas de fábrica, otras con el estómago revuelto de tanto cimbronazo por las estropeadas callejuelas de la urbe nos tendrán en vilo hasta darnos su venia, su vistobueno que cual hostia pagana asomará en la forma de un pequeño boleto para viajar. Parece tan simple pero llegar a este punto sin pelearse con el colectivero, con los demás pasajeros  o con el propio destino por no haber acertado a dar con las moneditas válidas es una verdadera odisea, un objetivo luego del cual uno podrá someterse a otros desafíos peor ya es otra historia.
El poder está en los bancos y en las terminales de los colectivos que guardan el metal y controlan su flujo, ellos tienen la potestad de decidir cuándo, cuánto, cómo llega al resto de los mortales, ellos son el politburó que platica en sus dachas y en trasnoches de tertulia ríe compartiendo infinitas anécdotas de los pobres desesperados rogantes que reciben a diario. Así se van transmutando las cosas en nuevos significados y nosotros, de simples ciudadanos en un acto de rutina pasamos a ser unos bichos minúsculos y torpes en esta ridícula y planificada metamorfosis.

IXX, jun2008