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Carcoma, de Layla Martínez: el terror rural tiene una casa en Gascueña

diciembre 05, 2022


¿Cuáles son tus vínculos con el rural en general y con el de la provincia de Cuenca en particular?

 Mi familia materna y mi padre son inmigrantes de Cuenca en Madrid. Llegaron en los años 60, en una de las oleadas que hubo de movimiento de población desde el entorno rural a las grandes ciudades promovido por el franquismo, por las leyes de concentración parcelaria, por la mecanización del campo... Todo eso hizo que mucha gente se quedara sin trabajo y que mi familia, que no tenía tierras y eran jornalerxs, tuviese que irse a buscarse la vida a la ciudad. 

Como mi padre y mis abuelos maternos han mantenido mucho vínculo porque está más o menos cerca y porque para ellxs el traslado fue forzado -en el sentido de que ellxs se hubiesen quedado si hubiesen podido vivir allí-, todos los fines de semana, festivos, vacaciones, que podían volvíamos allí; entonces siempre tenía una relación muy de continuo. 

Aparte de eso, ya de adulta, viví un año en mi pueblo y estuve trabajando en Huete. También estuve luego dos años viviendo en Asturias, cerca de Cangas de Onís, con mi pareja de entonces y otrxs amigxs que hicieron un proyecto de una quesería en el que yo no trabajaba exactamente -yo trabajaba online-, pero esa ha sido mi experiencia más directa.

En la página final de Carcoma nos enteramos de que la novela está basada en la historia de una de tus abuelas en Gascueña... ¿Es escribirla para ti una deuda pendiente que tenías con ella? ¿Una forma de vengarla de alguna manera? ¿De liberarla?

Yo tenía la idea de hacer algo con la historia de la casa de mi familia materna en el pueblo porque es una casa que para mí y para mi familia tiene mucha importancia. En realidad, lo había hecho ya en un relato que se corresponde más o menos con el primer capítulo de la novela, aunque luego cambié muchas cosas.

Durante la pandemia, tuve la suerte de encontrar un ciclo online de charlas sobre la escritura de terror en la Latinoamérica contemporánea con una profesora de la Universidad de Jalisco. Ella, hablando del caso de México, nos compartió la siguiente reflexión: la literatura de terror había contado mucho toda la violencia del narco o lo que había pasado en Ciudad Juárez, pero, al abordar los feminicidios, las víctimas volvían a ser víctimas en la ficción; o sea, eran unas novelas que tenían una intención buena -en el sentido de que querían que se hablase del tema, se conociese lo que había pasado- pero acababan revictimizando a las mujeres. Entonces ella lo que decía es que le parecían más interesantes políticamente las novelas o películas en las que las víctimas podían vengarse de alguna manera; que, por lo menos la ficción fuese un terreno donde estas pudiesen tener capacidad de agencia. 

Eso me iluminó: era lo que necesitaba para acabar de encajar las piezas de la historia y decir vale, así es como la quiero contar, quiero que las mujeres de mi familia, que han sufrido violencia de clase y violencia de género, se puedan vengar, que por lo menos mi novela les regalase la capacidad de vengarse. Esa es la principal diferencia con la historia real: en la novela, ellas sí pueden devolver esa violencia que han sufrido.

Una abuela niña de la guerra y su nieta millenial son las protagonistas del relato. Es interesante la forma en la que además la cuentas, alternándolas como narradoras y entrelazando sus dos puntos de vista... Lejos de una relación almibarada o romántica entre ambas, se percibe una tensión entre ellas... No es la única entre las mujeres que aparecen en el relato, hay una complejidad de las relaciones entre ellas...

La familia me interesa mucho, personalmente, como escritora y como lectora (no en vano es un tema de la literatura universal y uno de los grandes temas de la humanidad), porque me parece una institución social muy ambivalente, en el sentido de que en la familia está todo, lo mejor y lo peor. Para muchas personas es un sitio de cuidado, donde tienen algunas de las relaciones más significativas e importantes de su vida, de amor, de apoyo, incluso de apoyo económico. Pero también está la otra parte: puede haber mucha violencia, envidia, celos, agresiones sexuales, malos tratos, mucho trabajo... De hecho, normalmente, hay una complejidad: dentro de una misma familia, de un mismo vínculo, pueden convivir las dos cosas, amor y cuidado y tensión y violencia más soterrada. Me parece que la realidad de las familias es un poco así.

Pero también la realidad de las mujeres en las familias es distinta de la de los hombres: el espacio de la casa es y ha sido históricamente muy diferente por la división tradicional del patriarcado entre espacios públicos y privados. Para los hombres, cuando vuelven a sus casas después del trabajo externo y de estar en el ámbito público, la casa es el sitio de descanso y también donde ellos ejercen la autoridad. Para las mujeres nunca ha sido eso, ni siquiera para las que han tenido más dinero. Es verdad que no han tenido que trabajar porque han podido contratar a criadas, a niñeras, pero aun así, la casa ha sido tradicionalmente un lugar de "trabajo emocional" y violento para todas. Con las estadísticas en la mano: incluso hoy en día, es mucho más fácil sufrir una agresión sexual o de cualquier tipo dentro de tu casa que fuera en la calle. 

La casa es todo eso, la familia también es todo eso y yo, sobre todo, quería reflejar -que no sé si lo he conseguido- la evolución de la relación de ellas, que empieza peor y acaba siendo mejor. De alguna manera, ellas se acaban entendiendo porque comprenden que han interiorizado mucha de la violencia que era externa. Esto  pasa, o sea, nosotrxs interiorizamos el clasismo, la misoginia, en el racismo pasa lo mismo...  Si no lo reflexionas, si alguien no te lo hace ver o no llegas a verlo, toda esa violencia que ejercen sobre ti, la reproduces contra ti mismx y contra lxs que te rodean, se convierte en autodesprecio de una forma de otra. Al principio del libro, ellas tienen interiorizado ese autodesprecio hacia ellas mismas y entre ellas se odian, pero a lo largo del libro van entendiendo que eso que sienten no es suyo, que viene de las propias violencias que viven, que no debería ser así. Yo quise reflejar ese proceso de darte cuenta de que no tienes que interiorizar las violencias que otrxs ejercen sobre ti y que no tienes que reflejarlas contra lxs que te rodean.

Me parece muy interesante no solo porque no idealizas las relaciones femeninas sino porque también das forma a las heridas que carga un linaje femenino, con sus violencias de todo tipo... 

Es que justo es eso, no hay que idealizarlas porque también pueden estar muy cargadas de violencia. La relación con la madre, con las hermanas..., puede ser muy terrible. Pero yo sí quería mostrar que es posible cambiarlas. Justamente el feminismo trata de eso, de que las mujeres aprendamos a ver en las otras unas aliadas, amigas, amantes... También lo hacen el marxismo, el socialismo o el anarquismo: hay una parte importante tanto de su teoría como de su práctica que insiste en que la clase trabajadora se sienta parte de una misma cosa y no se maten entre ellxs, que se vean, por lo menos, como camaradas contra esa violencia más grande que es la que verdaderamente les está sometiendo. 

Sobre las relaciones entre mujeres hay muchos clichés, con los que, por suerte, el feminismo ha ido acabando, pero todavía te encuentras gente que dice que las mujeres son una víboras entre ellas, que compiten, que en cuanto se dan la vuelta se ponen verdes... Eso es mentira, o sea, no es que seamos así; pero es que, además, eso lo ha promovido el patriarcado, que es el culpable de esa competición, de ese autoodio, de esa misoginia interiorizada... Quería tratar un poco todo eso.

 Y luego esta cosa de la herencia del trauma: yo creo que es bastante habitual que cuando una violencia que ha vivido una familia, una generación, no se ha resuelto, esa herida sigue abierta y pasa a las generaciones siguientes, porque son educadas en ese dolor y porque no ha habido un cierre. Entonces, me gustaba esta idea de hablar de esos traumas heredados, de esas heridas que siguen abiertas de una generación a otra.

¿Por qué eliges el género de terror para contar una historia cuyo tema central es el odio de clase? ¿Qué crees que aporta al relato? 

 Hay dos razones. Una es, digamos, más personal: a mí me gusta mucho el género del terror, me veo todas las películas que hay, incluso las malísimas y la literatura de terror me gusta mucho desde adolescente... No sé si te acordarás de la serie Pesadillas de libros que R.L. Stine, historias de terror pensadas para adolescentes que fueron un auténtico boom. Yo me los cogía de la biblioteca y para mí fue como la iniciación total en el terror. Enseguida pasé a Stephen King y otros clásicos anglosajones y luego ya, más mayor, descubrí otro terror, sobre todo de Latinoamérica, que tiene una tradición de fantástico/ terror muy alucinante y que ha sido la principal influencia. Es el género que yo conozco más y el que más me divierte entonces es algo muy natural para mí moverme en ese género. 

 La otra razón, que es un poco más teórica, es que yo creo que el terror es un género que por sus propias características pulsa muy bien los miedos y ansiedades colectivos de una sociedad (o por lo menos de un grupo social) en un momento dado. Esta capacidad de tocar la fibra, de emocionarnos, darnos miedo conmovernos o revolvernos, me parece que es muy útil para lxs escritorxs.  

El odio de clase está abordado de una forma compleja e interesante... Aparece en las familias pobres y violentadas como un reflejo/respuesta al odio (asco) y la violencia que reciben de lxs ricxs. Pero además les supone una brecha emocional: me ha parecido que el sufrimiento de las protas no solo deviene como resultado de las injusticias sociales que padecen sino que ese odio como sentimiento en sí mismo les genera sufrimiento también, las atormenta y se las va comiendo de alguna manera, ¿no?

Si tú no tienes herramientas para saber qué estructuras sociales tienen la tienen la culpa de que haya personas ricas y otras pobres, es muy fácil que tú te acabes echando la culpa a ti mismx y te acabes despreciando, porque es lo que está en la sociedad, es lo que te enseñan y es lo que la gente que está en el poder te dice. Pero no es tu culpa haber nacido en una determinada clase social, no eres más tontx, simplemente no has tenido ninguna oportunidad o muy pocas. No es que te esfuerces menos, al revés, te fuerzas el triple, pero hay una cuestión de estructura social. La violencia clasista te genera que acabes pensando que tú tienes la culpa porque no has estudiado o no te has esforzado... Este mensaje que nos siguen vendiendo hoy en día de la cultura del esfuerzo y la meritocracia genera mucho dolor.

El 13/11 hubo en Cuenca una manifestación contra las macrogranjas donde pude hablar con algunas mujeres de Gascueña que vinieron a manifestarse contra el proyecto que pretende construir tres macrogranjas en el municipio. ¿Estás al tanto de esta problemática? ¿Estás involucrada de alguna manera en el movimiento para la defensa del territorio que está teniendo lugar?

Sí, conozco todo lo que ha pasado, toda la lucha, pero no he estado involucrada como tal porque porque no estoy viendo allí y me parece que las luchas las tiene que llevar la gente que las experimenta, lo que no quiere decir, por supuesto, que no les ayuden todxs lxs demás y que no se construyan alianzas, que son imprescindibles. 

Lo de la macrogranjas es terrible, es un problema que comparte una parte enorme del territorio rural. Me parece extractivismo puro y duro. En general, creo que la relación que hay ahora mismo con el entorno rural desde las ciudades es de puro extractivismo, o sea, de extracción de materias primas, de energía, de animales que son sacrificados allí para alimentar a las ciudades realmente. Y nada de eso revierte allí ni es para ese entorno. Incluso también es el basurero: el entorno rural es entendido como el sitio donde se almacenan los desperdicios de las ciudades. Esto es claramente insostenible e injustísimo, pero es que, además, en un momento de crisis ecológica como la que vivimos, debe replantearse de arriba abajo, eso tiene que cambiar ya y es una de las claves. 

Yo pertenezco a dos colectivos que trabajan sobre la crisis ecológica en Barcelona, militamos en intentar hacer lo posible por detener la crisis climática, concienciar...  Sin embargo, lo que no había pensado hasta que escuché hablar a unos compañeros del colectivo Contra el diluvio de Madrid es la cuestión del territorio, del espacio en sí mismo,  en su libro La conquista del espacio): hay un problema de propiedad en la Península Ibérica con la tierra, con los latifundios, con el tema de a qué se dedica la tierra también. Por ejemplo, los cotos de caza: ¿por qué el 85% del territorio es un coto de caza, cuando los que cazan son tres? Y lo que queda para el entorno rural son los trabajos de cuidar los cotos, el trabajo malo, además de estacional, para la gente que no son dueños del coto ni de las tierras. Lo que dice Antonio [Contra el diluvio] es que, por lo menos aquí en el Estado español, las soluciones a la crisis climática tienen que empezar por abordar el problema de la tierra, de a qué se está destinando, de quién es la tierra. 

Y claro esto está profundamente conectado con la relación entre el medio rural y las ciudades que no pueden convertirse en sumideros de todo lo que extraen del medio rural de forma descontrolada y sin revertir nada y sin que sin que la gente que habita esos territorios pueda tomar ninguna decisión. Las decisiones vienen impuestas desde las ciudades, incluso de ciudades que están a miles y miles de kilómetros en otros países porque son transnacionales gigantescas. Eso es terrible y es un problema compartido por el medio rural también de otros lugares como en América Latina, por ejemplo.

 En las entrevistas que hice en esa mani, además de la contaminación de la tierra y el agua, también el peligro del turismo como opción económica de futuro para los pueblos se esgrimía como motivo importante entre lxs asistentes. Tú que has tenido una mirada bastante crítica sobre el turismo rural, ¿cómo ves la complejidad del tema en este punto?

Es que el turismo rural puede tener una parte muy perversa, puede partir de una lógica extractivista en el sentido de ver los pueblos como lugar de ocio y descanso para los urbanitas sin que importe nada la gente que está viviendo allí.

Suele pasar que lxs turistas  exotizan e idealizan a lxs paisanxs, pero solo si responden a sus ideas preconcebidas de cómo deben ser. Esto para mí fue muy evidente cuando viví en Asturias y lo conté en el libro de Jodidxs turistas. La gente que venía de Barcelona, Madrid, Bilbao, a los Picos de Europa se enfadaba si lxs que vivían allí no respondían a sus prejuicios. Por ejemplo, les molestaba que los pastores tuviesen zapatillas y ropa de Gore-Tex y un 4x4; ellxs hubiesen preferido encontrarse su idea romantizada del pastor vestido todavía con los con la paja que se ponían para aislar como con unas capas de paja que tenía o con las madreñas y que hubiese subido al monte a buscar a las ovejas andando con el cayado... Esto es violencia también, estás exotizando a esta gente, proyectando tu prejuicios sobre ellxs sin importarte nada cómo es su día a día; simplemente porque a ti te parece que queda más bonito que te hagas la foto del pastor como era en los años 20 que la de ahora que va vestido con un abrigo de North Face. En la quesería se decepcionaban también de que no se usaran las herramientas tradicionales que eran de madera... Pues a lo mejor eran un poco más bonitas que las de acero inoxidable pero es que ni siquiera están permitidas por Sanidad, aparte de que es más cómodo, se limpia mejor... 

Creo que no puedes confiar todo el desarrollo de una zona al turismo, llenarlo todo de casas rurales. Me parece que hay que apostar por formas de vida más autónomas de la propia gente que viva allí, porque al final el turismo te coloca en una dependencia, otra dependencia más, respecto de la gente de la ciudad, que tiene que venir.

 En Carcoma haces confluir pasado y presente en el medio rural, pero ¿cómo ves el futuro de los pueblos como el tuyo?

El futuro del rural y de pueblos como el mío es un drama porque, sobre todo, en esa zona los pueblos han perdido muchísima población y la que queda está muy envejecida. No hay servicios públicos normales, están abandonados. Es lógico que la gente, aunque quiera, no pueda quedarse o incluso que no quiera porque su calidad de vida va a estar . No le podemos pedir a la gente que hagan ellxs los esfuerzos si no se hacen desde algo más estructural, más social y colectivo. Pero es que justamente yo creo que se deberían hacer, que la crisis ecológica lo exige. Exige esfuerzos políticos importantes y muy estructurales, o sea, no se puede confiar al capitalismo una reorganización como la que sería necesaria ya que tiene una lógica extractivista en sí mismo; no va a hacerlo a no ser que haya un movimiento social capaz de forzarlo tanto como para obligarle a hacerlo. Se puede conseguir pero es difícil, depende de las decisiones políticas que tomemos en conjunto. Yo tengo esperanzas, yo creo que es posible; al menos lo tenemos que intentar con todas nuestras fuerzas


Artículo financiado por el Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha 2022.



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