Un cuento de Juan Hundred sobre el éxito

Ponerlo en palabras es darle vida

Tuve que ir, me lo pidió un amigo. Mi vida social se terminó más o menos a los once años. Pero mi amigo cumplía años y estaba contento. Se había mudado, me invitó a un asado en su casa nueva.
Y yo le expliqué como me salía, como pude, que estar con gente nunca fue lo mío. Pero mi amigo era mi amigo hacía muchísimo tiempo y ya lo sabía.

–Es un asado, Juan –me dijo–. Comés algo rico, tomás un poco de vino, cuando querés te vas.
Llegó el domingo, se hizo el asado. Había armado una mesa grande, como para veinte personas. Mi amigo iba y venía de la parrilla, feliz. Su hijo de siete o nueve años se mojaba los pies en la pileta. El perro miraba a todos, suplicante, como diciendo ‘loco, no me dejen afuera’. Un capo, el perro, un perro atorrante y bigotudo que se llamaba Felipe. Le gustaba el helado y la provoleta, a Felipe. Le gustaba rascarse la espalda contra el pasto.
Me senté cerca de una punta, tratando de pasar desapercibido. Me sirvieron salchicha parrillera, me sirvieron un vino más o menos decente, me daba el solcito en la cara. Peores cosas me habían sucedido.
Hablaba, la gente. Varias parejas, una prima soltera, amigos. Hablaban y al hablar era fácil notar de qué estaban orgullosos, aquello que consideraban el centro, el eje alrededor del cual transcurría lo que podríamos denominar, la rueda de sus vidas.
Una mujer hablaba de sus hijos, sus hijos habían hecho algo, habían cagado o escupido, habían aprendido a decir ‘mamá’ o ‘teta’. Otra mujer, más bonita por cierto y evidentemente harta de su marido al punto de no poder evitar hacer una mueca de crispación cada vez que su marido le dirigía la palabra, hablaba de caballos. Lo más importante del mundo era, al parecer, montar a caballo, si el caballo debía comer tal o cual cosa, si el caballo debía ser cepillado antes o después de bañarlo, qué significaba si al caballo le picaba el culo, y así. Un tipo hablaba de fútbol, acababa de volver del Mundial de Brasil. Explicaba las diferencias ideológicas entre Menotti y Bilardo, si Batistuta y Crespo hubieran podido jugar juntos, las diferencias de carácter entre Maradona y Messi debido a si de chiquitos les habían dado mate cocido o café con leche. Ver un partido del mundial te cambia la vida, dijo.
–Che, Juan –me dijo la mujer de mi amigo–. Qué pasa que estás tan callado.
–Una de las ventajas de fracasar, y de saber que fracasaste –dije–, es que no tenés mucho para contar. El fracaso brilla.


posted by J. Hundred http://juanhundred.blogspot.com.ar/2016/10/ponerlo-en-palabras-es-darle-vida.html


Una respuesta pertinente:

At 12:29 a.m.,  Blogger Bob Harris said...

En una época de mi vida en la que andaba a los tumbos casi en todo, me dedique mucho a lo que tenía mas a mano, a lo que pareciera mas fácil de mejorar, el trabajo. Entonces me dedique a eso, soy bueno en lo mío, además era un momento que la empresa también todo era un quilombo, y entonces al poco tiempo empecé a ver mejoras en ese rubro. La cosa es que también vi que llegaba en fin de semana y no tenía nada que contar porque hablar sobre tu trabajo como si fuera algo interesante me perece de ratas (salvo que seas astronauta), eso me ponía mal, me hacia sentir mas vacío, me hacia sentir que si lo único que podía hacer andar bien era mi trabajo, todo era una mierda.
Creo que no tener nada para contar es síntoma indiscutible de fracaso, puede que darse cuenta, y vivirlo como normal haga todo mas simple, pero… no esta bueno.
Un abrazo.



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