Haruki Murakami - Tokio Blues (Norwegian wood) II

Tokio Blues, Madera Noruega - Cap 4
Midori


Estábamos de sobremesa, tomando una taza de café y charlando sobre la universidad cuando. empezaron a oírse las sirenas de los bomberos. El volumen de las sirenas fue creciendo; también pareció aumentar de número. Bajo la ventana corría mucha gente, algunos gritaban. Midori fue a
una habitación que daba a la calle, abrió la ventana y, tras decirme que esperara un momento, desapareció. Se oyeron sus pasos subiendo precipitadamente la escalera.
Mientras me tomaba el café yo solo, me estuve preguntando dónde debía de estar Uruguay.
Pensé: «Allí está Brasil, allá Venezuela y allá Colombia». Pero no logré acordarme de dónde
estaba Uruguay. En éstas, Midori bajó y gritó: «¡Eh! ¡Ven, deprisa!». Tras ella, subí una escalera empinada y estrecha que había al fondo del pasillo y salía un amplio terrado. Dado que la finca era bastante más alta que los edificios de alrededor, desde el terrado se dominaba el vecindario con la mirada. Tres o cuatro casas más allá, se alzaba una densa nube de humo que cabalgaba sobre la brisa hacia la avenida. El aire olía a quemado.
—¡Es en casa del señor Sakamoto! —Midori se asomó por encima de la barandilla—. El
señor Sakamoto antes era carpintero. Pero cerró el negocio y ahora ya no trabaja.
Yo también me asomé por encima de la barandilla. La casa quedaba oculta tras un edificio de tres plantas y no podía calibrarse bien la situación, pero, al parecer, habían llegado tres o cuatro coches de bomberos y las labores de extinción del fuego proseguían. La calle era estrecha, de modo que, a lo sumo, podían entrar dos coches, y el resto aguardaba su turno en la avenida. En la calle se agolpaban los curiosos.
—Quizá deberíamos reunir los objetos de valor y evacuar la casa —traté de decirle a
Midori—. Por suerte, el viento sopla en dirección contraria, pero puede cambiar en cualquier momento, y aquí al lado hay una gasolinera. ¡Vamos, te ayudo a recoger los objetos de valor!
—No tenemos nada valioso —claudicó Midori.
—Algo habrá. Libretas de ahorro, sellos registrados, certificados, esas cosas. Para empezar, necesitarás dinero.
—No lo necesito porque no pienso huir.
—¿Aunque se queme la casa?
—Sí. No me importa morir.
La miré a los ojos. Ella me devolvió la mirada. No tenía la menor idea de hasta qué punto
bromeaba. Mantuve la mirada fija en ella unos instantes, pero luego pensé: «Qué importa...».
—Como quieras. Me quedo contigo —dije.
—¿Morirás a mi lado? —A Midori le brillaban los ojos.
—¡Ni hablar! Si las cosas se ponen feas huiré. Si quieres morirte, hazlo tú sólita.
—¡Qué despiadado eres!
—No voy a morir contigo sólo porque me has invitado a comer. Si se tratara de una cena,
todavía.
—¡Entendido! Pero, de todas formas, quedémonos un rato más a ver qué ocurre. Podemos
cantar canciones. Y si las cosas se ponen feas, ya decidiremos qué hacemos.
—¿Cantar?
Midori subió al terrado dos cojines, cuatro latas de cerveza y una guitarra. Y bebimos cerveza contemplando la densa columna de humo. La chica cantó acompañándose de la guitarra. Le pregunté si los vecinos se enfadarían, porque contemplar desde el terrado cómo se quema el barrio bebiendo y cantando no me parecía una actitud encomiable.




*-*

ADENDA

Crítica (no todo pueden ser flores),

Hablemos de Murakami y de Tokio Blues. Hablemos a ver qué pasa. Pero… ¿hablar bien o no hablar bien? Esa es la cuestión.

"(...)Por eso creo que el escritor nipón está más cerca de la literatura comercial que del Nobel. Y eso para nada es algo malo, ni mucho menos. Todo lo contrario. Su obra es entretenida, perfecta para leer en una tarde de lluvia o, al menos, de invierno. El japonés tiene la genialidad de transmitir la tristeza mientras te atrapa entre sus páginas como pocos. Y consigue eso mientras no te cuenta nada. Sus historias son, como ya he dicho, cotidianas. Los personajes secundarios vienen y van, y luego vuelven. A veces divierten y a veces entristecen. Y esto es algo muy meritorio."
Y de verdad que esa es la cuestión. Leer a Murakami ha sido para mí una mezcla de sensaciones contradictorias. Desde que abro uno de sus libros hasta que lo cierro por última vez soy incapaz de desconectarme emocionalmente de sus personajes. Si algo he de reconocerle, es su maestría a la hora de transmitir sentimientos a través de una prosa ágil y sencilla. Una prosa que te guía sin complicaciones a lo largo de toda la historia. Por eso, aun en las escenas más surrealistas, sus novelas son fáciles de seguir —que en absoluto implica que sean fáciles de escribir—.

Entonces… ¿por qué el dilema?

Porque después de terminar Tokio Blues, a pesar de que me mantuviera enganchado e interesado hasta el final, tan solo me quedó la sensación de haber leído algo muy melancólico y, quizá, un poco pretencioso.





Comentarios

Entradas populares de este blog

JL BORGES - Sobre "No nos une el amor sino el espanto"

Unhappy Readymade Marcel Duchamp

Jangaderos