Hiroshima - Fragmentos

"El reverendo Tanimoto se levantó a las cinco en punto esa mañana. Estaba solo en la parroquia porque hacía un tiempo que su esposa, con su bebé recién nacido, tomaba el tren después del trabajo hacia Ushida, un suburbio del norte, para pasar la noche en casa de una amiga. De las ciudades importantes de Japón, Kyoto e Hiroshima eran las únicas que no habían sido visitadas por B-san —o Señor B, como llamaban los japoneses a los B-29, con una mezcla de respeto y triste familiaridad—; y el señor Tanimoto, como todos sus vecinos y amigos, estaba casi enfermo de ansiedad. Había escuchado versiones dolorosamente pormenorizadas de bombardeos masivos a Kure, Iwakumi, Tokuyama y otras ciudades cercanas; estaba seguro de que el turno le llegaría pronto a Hiroshima".
(John Hersey, Hiroshima)


"Comenzó a llover. La señora Nakamura mantuvo a sus niños bajo el paraguas. Las gotas se volvieron demasiado grandes para ser normales, y alguien gritó: «Los norteamericanos están arrojando gasolina. ¡Nos van a quemar!». (Esta alarma nació de una de las teorías que circulaban en el parque acerca de las razones por las cuales Hiroshima había ardido de esa manera: un solo avión había rociado gasolina sobre la ciudad y luego, luego, de alguna forma, le había prendido fuego en un instante). Pero las gotas eran de agua, evidentemente, y mientras caían el viento sopló con más y más fuerza, y de repente —quizá debido a la tremenda convección generada por la ciudad en llamas— un remolino atravesó el parque. Árboles inmensos fueron derribados; otros, más pequeños, fueron arrancados de raíz y volaron por los aires. En las alturas, un despliegue enloquecido de cosas planas se revolvía dentro del embudo serpenteante: pedazos de un tejado de hierro, papeles, puertas, trozos de esteras. El padre Kleinsorge cubrió con una tela los ojos del padre Schiffer, para que el pobre hombre no creyera que estaba enloqueciendo. El vendaval arrastró por el terraplén a la señora Murata —el ama de llaves de la misión, que estaba sentada cerca del río—, la llevó contra un lugar pando y rocoso, y ella salió del agua con los pies descalzos cubiertos de sangre. El vórtice se trasladó al río, donde absorbió una tromba y eventualmente se extinguió."
(John Hersey, Hiroshima)



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