sábado, 12 de marzo de 2022

Haruki Murakami - Baila,baila,baila (fragmento)

-Tú has perdido muchas cosas, cientos de cosas valiosas. No se trata de buscar culpables. El problema es que, cada vez que has perdido algo, has abandonado cosas que se hallaban prendidas a ese algo. Era como una especie de señal. No debiste hacerlo. Abandonaste incluso cosas que te convenía conservar. Al hacerlo te has ido desgastando.
– Sí –constesté-. Entonces, ¿ qué diablos hago?
– Baila –dijo el hombre carnero-. No dejes de bailar mientras suena la música. ¿Lo entiendes? Baila. No dejes de bailar. No pienses por qué lo haces. No le des vueltas ni le busques significados. En realidad, no significa nada. Si te pones a pensar, las piernas se detienen. Y si eso sucediera, servidor no podría hacer nada para ayudarte. Tu conexión desaparecería. Para siempre. Entonces ya sólo podrías vivir en este mundo. Te verías arrastrado desde aquel mundo hasta este mundo. Así que no permitas que tus piernas se detengan. Por muy ridículo que te parezca, no dejes de bailar. Lograrás que lo que ya está endurecido empiece a distenderse. Todavía deberías estar a tiempo. Utiliza todos tus recursos. Echa el resto. No tienes nada que temer. Estás cansado, lo sé. Cansado y asustado. A todos nos sucede. A veces sentimos que todo es un gran error. Y entonces las piernas se detienen.
Alcé la mirada y observé la sombra proyectada en la pared.
– Pero no queda más remedio que bailar –prosiguió el hombre carnero-. Y hacerlo lo mejor que puedas. Deslumbrando a todos. Si lo haces así, quizá pueda ayudarte. Así que baila, baila mientras no cese la música.
Tomado de Salvajes Palabras (ver enlace abajo)




*-*

Baila baila baila 
El protagonista, un hombre de treinta y cuatro años, con un matrimonio fracasado, abandonado por su mujer, vive solo y frecuenta mujeres de forma aleatoria, (...)
Una vez que se le terminan los ahorros, no tiene problemas en volver a buscar nuevos trabajos, ya que por su eficiencia siempre lo contratan. Y así vive, en una especie de automatismo. Pero nada puede durar para siempre y los recuerdos de una mujer de su pasado lo envuelven. De alguna forma mira hacia atrás y se da cuenta del vacío de su existencia. Los recuerdos de aquella chica misteriosa, se relacionan directamente con la ciudad de Sapporo y un destartalado Hotel llamado Delfín, en el cual se alojó en el pasado. 
La soledad y la falta de objetivos con que vive, lo empiezan a sumir en una especie de sopor: siente que desaparece de este mundo. De una manera desesperada, intenta buscar una solución rastreando a aquella mujer que lo perturba: la misteriosa Kiki, con la cual pasó una noche en el Hotel Delfín. Nuevamente deja su trabajo y decide volver a Sapporo. Pero donde estaba el viejo hotel, hay uno completamente nuevo y moderno, mientras que el viejo hotel y su dueño han desaparecido. Lo único que se mantiene inalterable es el nombre del Hotel. Allí sufre una especie de reinicio, se encuentra con una especie de realidad paralela y un extraño ser de otro mundo que le da un consejo vital para que vuelva a encauzar su vida: Bailar sin parar. Dejar de pensar y dejarse llevar por la música que sólo él puede escuchar.
En el hotel conoce a un guapa recepcionista de la cual queda profundamente prendado, además, una pequeña niña de trece años se cruza en su vida de una manera muy emotiva y profunda. El protagonista decide entonces, hacer caso al misterioso ser que parece querer ayudarlo e intenta no pensar y actúa según su instinto, decide danzar, seguir los pasos de su interior y se encauza en un recorrido que parece no tener sentido, pero él le sigue el ritmo, sin perder los pasos, danza, baila sin detenerse, y mientras lo hace, va pasando por diversas experiencias: inicia una amistad con la niña de trece años, conoce profundamente a un famoso actor, se ve involucrado en la investigación de un asesinato y conoce a extraños personajes como al escritor Hiraku Makimura, un autor de Bestsellers, que parece ser un alter ego del propio Murakami. 




Baila baila baila
(...) de entre todos los personajes extraordinarios (extraordinarios por lo bien construidos que están y, también, porque se escapan, en muchos casos, de la lógica, de lo ordinario) que Murakami presenta, me ha interesado esa familia totalmente disfuncional, esa familia tóxica, cuyos miembros son incapaces de compatibilizar vivir juntos y ser felices. Una familia compuesta por el escritor cuyo nombre recuerda al del propio autor (Hiraku Makimura), que padece la imposibilidad de convivir con su mujer y su hija, esa nieve y esa lluvia (las traducciones de Yuki y Ame) que le han absorbido la energía, la vitalidad, el pozo de las ideas, la capacidad para escribir; Ame, la madre artista, fotógrafa de talento, capaz de ver lo que nadie ve, de ver más allá de la realidad pero que se abstrae hasta el punto de olvidarse de comer, de atender a su hija, de vivir; y Yuki, la hija de ambos, la adolescente silenciosa capaz de leer entre líneas los sentimientos de los demás, de percibir las vibraciones invisibles que emiten nuestras preocupaciones y nuestras frustraciones, de sentir la huella de un crimen en el lugar en el que se ha cometido. El protagonista encaja en esa familia como la pieza del puzle capaz de dar sentido al conjunto o, por lo menos, de cuidar de Yuki como ninguno de sus progenitores es capaz de hacerlo. 




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