Réquiem o Un prólogo para El Pianista de Manuel Vazquez Montalbán.
Tiempo y memoria...
Se podría decir que a más tiempo más memoria o más recuerdos si se lo prefiere, pero todos sabemos que la memoria tiene su propia trampa que es el olvido.
Si acaso fuera posible y para que se entienda establecer una continuidad, el primer paso sería elegir el momento de la narración que no puede ser necesariamente fácil, como nada ha de ser de simple resolución en la tierra del conejo, así pues nos asentaremos ya adentrado el siglo XXI lejos de aquella prometedora ciudad festiva de Madrid de los ochenta, apagadas las luces de neón que inundaron las retinas del eterno destape. A lomo de un pasado cansino las ilusiones resilientes tuvieron que rendirse a los nuevos socios beligerantes protectores de un mar al norte y pretendido por encima del mundo, y embarcar los hijos de los hijos de la república en uniformes de camuflaje caqui rumbo a desiertos ajenos quizás para cobrar alguna deuda pendiente con los moros y allí fueron… una y otra vez. Y volverían con el fuego, que no el de Prometeo, ni prohibido por los dioses ni el de la sabiduría, sino el que destruye, ese fuego que derrumba y desmorona, el que agita y desalienta, el que arde en las entrañas. No importa qué digan los discursos, no hay promesas ni glorias para los corazones apretados. El futuro entró por la puerta grande del siglo como un apocalipsis de entre casa sin grandilocuencia y casi con vergüenza. ¿Cómo llegamos hasta aquí?
Y la modernidad nos abraza una vez más y probamos de sus efímeras mieles cuando aún las volutas de humo del espanto derramaban su sombra opaca sobre las ciudades. Eso fue apenas ayer. Hoy las colas del paro dibujan caminos de hormigas silenciosos allá o acá y se acallaron las bandas. Cierto, habrá quienes brinden con vinos espumantes y contemplen la ciudad desde sus yates pero son los menos. Es de mañana y en una calleja cualquiera barren los restos de anoche, hacen su ronda silenciosa los mozos de escuadra y hay quien sale con un par de bolsas de hule a tirar la basura de un nocturno, por la puerta entreabierta se oyen apenas unos acordes sueltos de alguien que intenta reconstruir una vieja melodía cuando por fin lo dejan a solas con su piano.
Ixx, oct21
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