Una reseña sobre Nosferatu "La sombra del vampiro"

 "En uno de los diálogos más maduros y sobrecogedores que alguien pudo poner en boca de un inmortal, cuando en broma consultan a Schreck sobre el Conde Drácula, el vampiro afirma que leyó la novela y no le gustó: le pareció triste. Uno de los actores le pregunta por qué y Schreck responde que en la novela Drácula no tenía sirvientes."




RESEÑA DE “LA SOMBRA DEL VAMPIRO”
20 AGOSTO, 2014 CATEDRACINECIUDADABIERTA DEJA UN COMENTARIO
Nosferatu está de vuelta

POR HOMBRE SANDÍA
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Antes nos asustaban y fascinaban los vampiros. En esta época de Twilights y Vampire Diaries podría parecer que agotamos la metáfora del vampirismo. “Shadow of the vampire” demuestra que no.

¿Cuántas adaptaciones de Drácula podemos soportar? ¿Cuántas películas y series de adolescentes calenturientos y extraños misteriosos y pálidos tenemos que sufrir? Llega cierto punto en que uno piensa que, habiendo agotado todo lo que tenía para decir, habría que dejar la figura del vampiro de una vez y concentrarse en otra cosa. O, dios no quiera, dejar descansar a Frankenstein, la Momia y el Hombre Lobo e inventar un monstruo nuevo.

No puedo hablar por los demás, pero cuando dejamos atrás los noventas así me sentía yo. “Blade”, “Drácula, de Bram Stoker” y “Entrevista con el vampiro” ya habían pasado, y luego de estar en el ataúd un tiempo, los vampiros volvieron con las películas de “Twilight” y series como “The Vampire Diaries” y “True Blood”. Para ese entonces, yo ya estaba bastante harto de las sanguijuelas.

Sin embargo, la suerte quiso que viera “Shadow of the Vampire”. Además de convencerme de darle otra oportunidad a los chupasangres, esta película debe ser una de las mejor ejecutadas y más profundas buenas películas de horror. ¿Y qué hace una buena película de horror? Nos enfrente a algo antinatural y nos asusta.

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“Shadow of the Vampire” es una rareza. Fue escrita y dirigida por dos personas fuera del gran circuito hollywoodense, Steven Katz y E. Elias Merhige respectivamente. Probablemente no les suene ningún nombre: el primero se dedicaba a adaptar ficción literaria y escribió alguna cosa original para televisión, el segundo era un cineasta independiente. Ahora, los nombres que seguro conocen son los de los actores principales: Willem Dafoe y John Malkovich.La premisa es simple. El director F. W. Murnau va a filmar su adaptación de “Drácula” y se lleva a su equipo (actores, guionista, productor y técnicos varios) a una locación lejana para el rodaje. Muy a su pesar lo acompaña la actriz principal, la bellísima Greta Schroeder. Cuando llegan, Murnau les presenta a Max Schreck, un actor muy comprometido que hace su propio maquillaje y nunca abandona su papel. Schreck interpreta al Conde Orlok, el grotesco vampiro que está detrás de la joven interpretada por Schroeder.

Las cosas comienzan a andar mal desde el principio. Algunos aparecen debilitados y pálidos durante el rodaje, sumidos en un mutismo amnésico. Otros desaparecen por completo. Las cosas se rompen. Los lugareños advierten de una maldad que merodea el lugar pero nadie les hace caso. Max Schreck resulta ser un vampiro de verdad, pero lejos de asombrarse, descubrimos que Murnau lo sabía desde un principio: quiere autenticidad para su obra, y prometió entregar la bella actriz alemana al monstruo una vez termine el rodaje.

Esta premisa que podría ser una película cualquiera del género, en manos de Dafoe y Malkovich se vuelve brillante. Cada uno crea un personaje complejo e interesante. Dafoe, por su parte, presenta a un vampiro poco convencional: Schreck es un monstruo grotesco y viejo, con los caprichos y hábitos de la edad. “Me alimento como los viejos mean” le explica a Murnau cuando él lo increpa por las inconvenientes desapariciones, “a veces gota a gota y otras veces todo de una vez”.

En uno de los diálogos más maduros y sobrecogedores que alguien pudo poner en boca de un inmortal, cuando en broma consultan a Schreck sobre el Conde Drácula, el vampiro afirma que leyó la novela y no le gustó: le pareció triste. Uno de los actores le pregunta por qué y Schreck responde que en la novela Drácula no tenía sirvientes. Un poco tomándole el pelo, este actor le dice que tal vez no entendió el punto del libro y el vampiro decide explicárselo.

“Drácula no ha tenido sirvientes en cuatrocientos años y entonces un hombre viene a su hogar ancestral, y Drácula debe convencerlo de que él es como el hombre. Tiene que alimentarlo cuando él mismo no ha probado comida en siglos. ¿Acaso puede recordar cómo comprar pan? ¿Cómo elegir el vino y el queso? Y él recuerda todo. Cómo hacer una comida, cómo preparar una cama. Recuerda su gloria pasada, sus ejércitos, sus vasallos, y a lo que se ha reducido. La parte más solitaria del libro llega cuando el hombre, por accidente, encuentra a Drácula poniendo la mesa”.

La madurez y el sentido común de este diálogo me impresionaron. Después de años de pasar por vampiros que, o bien actuaban como adolescentes calenturientos, como asesinos acomplejados o simples monstruos, esta película muestra alguien que podría tener cientos de años arriba. Alguien con pocos escrúpulos, con bastante locura, pero mucha, mucha soledad. “Si está tan sólo, ¿por qué no crea otros vampiros?” le pregunta el guionista a Schreck. “Estoy muy viejo” confiesa, “o me olvidé cómo hacerlo. Creo recordar que nunca pude”.

Murnau, por otra parte, es otro tipo de monstruo. Malkovich pasó por un reto difícil: tenía que hacer creíble a un hombre que, enfrentado a la realidad de un vampiro, decide reclutarlo para el mundo cinematográfico. En consecuencia, Murnau es un hombre obsesionado. ¿Con qué? No con el poder o la promesa de inmortalidad que los personajes de ficción normalmente ven en los vampiros, sino en el cine. Murnau encontró algo antinatural y horrible y decidió filmarlo para la posteridad.

Pocas películas nos hacen reflexionar sobre el poder del cine sin caer en el alcahueterismo o el autobombo. El Murnau de Malkovich es un ejemplo perfecto del homenaje que merece el cine: un hombre que reconoce el poder de la imagen en movimiento, su inmortalidad, su omnipresencia, y por ende su importancia; pero que, por otro lado, no teme explotar o directamente matar cuando el cine se vería beneficiado.

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“Odio las películas” se queja Greta Schroeder cuando Murnau intenta reclutarla para su película. “La audiencia me hace sentir viva, tus cámaras me roban la vida”. Al personaje de Malkovich poco le importa el efecto que el cine tiene en sus objetos: la imagen capturada es lo que le importa, es lo único que cuenta.

“El tiempo ya no será una mancha negra en nuestros pulmones. Ya nadie podrá decirnos ‘tendrías que haber estado ahí’, porque, de hecho, lo estuvimos” explica Murnau mientras filma a Schreck devorando a una víctima en los últimos momentos de la película. Esa es la inmortalidad a la que aspira Murnau, una mucho más perfecta pero igual de mortífera que la del vampiro.

La metáfora del vampirismo no está agotada. Sólo que históricamente ha sido explotada en su faceta más sexual. Lo cual es natural: en el cine comercial mandan los que ponen la plata y la metáfora sexual vende. Sin embargo, la figura del vampiro es mucho más que eso. El propio Karl Marx escribió: “el capital es trabajo muerto, que, como un vampiro, vive sólo chupando el trabajo vivo”. Nadie quiso agarrar la posta y hacer una película sobre capitalistas vampíricos.

“Shadow of the Vampire” es una película que agarra el cine y lo pone bajo la lupa del vampirismo. ¿Capturar las imágenes en movimiento de algo realmente lo convierten en inmortal e inmutable? ¿Qué relación tiene la cámara con el objeto? ¿El cineasta con su equipo? Y, finalmente, la más dura de todas, ¿la película nos da o nos roba la vida a sus espectadores?

Por el Hombre Sandía.

 FUENTE: http://www.radiopasillo.net/2013/11/nosferatu-esta-de-vuelta/

https://catedracineciudadabierta.wordpress.com/2014/08/20/resena-de-la-sombra-del-vampiro/

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