Vidas de ficción: Dolores
no se ocuparía de ella por un buen rato. Se acomodó en el sillón de esterilla de jardín bajo el sol tibio y apoyó sus dos pies en otro sillón cercano, hojeó con desinterés la revista repasando al descuido las principales fotografías de los famosos y mientras sacudía fuertemente el diminuto frasco de esmalte recordó la mirada de aquel hombre cuando lo vió por primera vez en su casa. La mirada del lobo. Con apenas un breve encuentro de sus ojos Dolores pudo percibir que su ceño se fruncía y sus pupilas se enfocaban en ella. Tenía la intuición para descubrir ya desde temprano el efecto que su presencia ocasionaba en los hombres, en especial los mayores, los niños de su edad no cuentan en estas cuestiones. Es una experimentada conocedora del espacio que ocupa su aura y hábil administradora de las emociones que no escapan a su sensibilidad precoz. Ya con el pincel cargado en una mano extendió los dedos de la otra y eligió comenzar por el indice que con pulso firme fue delineando de rojo bermellón por el contorno perfecto de la uña y observó como de a poco la pintura se esparcía y alisaba en una superficie curva y resplandeciente. Levantó su pequeña obra a la altura de la mirada satisfecha, dio un cabeceo casi imperceptible de aprobación y reparó de pronto en el frondoso fondo verde del parque que le sugirió una breve reminiscencia de un cuento infantil: un abrigo rojo, un bosque oscuro y lejano, pero no tuvo el menor temor, por el contrario, se sentía cómoda como partícipe de esa imagen y le aceleraba el pulso pensar que podía aventurarse por esos oscuros senderos. Bajó sus gafas hasta dejarlas apenas apoyadas en la punta de su nariz y por encima de los corazones de plástico que enmarcaban sus cristales oscuros miró su mano rosada satisfecha y lanzó un pequeño suspiro. Tenía toda la tarde por delante.
ixx, ene20
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