Haruki Murakami - La caza del carnero salvaje (I)
“-Las células se renuevan cada mes. Ahora mismo está ocurriendo -me respondía, poniendo ante mis ojos el delicado dorso de su mano-. Casi todo lo que crees saber de mí no pasa de ser pura rememoración de algo pasado”
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Una crítica apasionada de la novela recientemente reeditada "La caza del carnero salvaje" surgida de una postergación, con el asombro y el gusto de algo que guardamos en un arcón sin saber que nos aguardaba allí para deleitarnos y que desemboca en un insulto como alabanza en la desmesura de las contradicciones. Por otro lado una vieja nota de Juan Forn publicada en Página/12 sobre el escritor japonés y su cruce de culturas. Algo que más de uno seguramente se ha planteado en esas historias que pueden transcurrir en cualquier rincón de Japón con la desconcertante presencia de la cultura norteamericana desde los jeans a la música negra como fondo.
https://lakriticona.wordpress.com/2013/09/02/la-caza-del-carnero-salvaje/
La caza del carnero salvaje
Publicado el 2 septiembre, 2013 por laKriticona
La caza del carnero salvaje
Adoro a Haruki Murakami. Ya lo había dicho antes, pero cuando cerré La caza del carnero salvaje repetí una y otra vez durante treinta segundos: “Hijo de puta, hijo de puta”, expresión que en ese momento contenía toda mi admiración hacia el japonés como algo físico y tangible. Y eso que mi relación con este libro no ha sido idílica precisamente. De hecho, lo compré hace tantos años que ya no recuerdo ni exactamente cuándo. Intenté leerlo tres veces antes de ésta y siempre, en todas, acabó relegado en la columna de los libros que se me atragantan. Sitio del que, por cierto, quizá no hubiera salido jamás. Pero la lectura de Baila, Baila, Baila lo convirtió en un fijo en mi maleta este verano de 2013 en el que, literariamente, decidí llevarme sólo libros que otrora había dejado a medias y cuya lectura, sabía, era imprescindible. La caza del carnero salvaje era el primero. El único libro de mi idolatrado Murakami que había sido incapaz de leer. Un libro que ahora ya es, con Tokio Blues, uno de mis favoritos.
La caza del carnero salvaje es un libro raro, rarísimo. De hecho, jamás se lo recomendaría a nadie que está comenzando con Murakami. Para iniciarse en la lectura del japonés es mejor comenzar por algo más real y palpable como Tokio Blues y después sumergirse en el juego de espejos, gatos, hombres solitarios y chicas especiales, pozos en el suelo y universos de dos lunas en el cielo, personajes que parecen salidos de una película de David Lynch (de hecho, así llaman a Murakami, El Lynch de las letras) que propone Murakami en muchos de sus libros y que a muchos lectores no sólo no les gusta, sino que les repele. La caza del carnero salvaje es de esas novelas de Murakami en las que el lector no habituado a su estilo puede perderse y abandonar (casi me pasa a mí que soy lectora voraz de Haruki…) una novela que al principio no parece tener ni pies ni cabeza, pero que va in crescendo y que termina por aturdirte y encantarte, por removerte profundamente, por fascinarte.
Es curioso, pero La caza del carnero salvaje ninguno de los dos personajes principales tiene nombre. Son un treintañero desilusionado y su amiga. Sólo eso. Un chico y una chica. Y, sin embargo, es tan sumamente sensorial. Puedes sentir su tristeza y su apatía, la de él, su ver pasar la vida al otro lado de la ventana. De pronto, un encargo absurdo y unas orejas perfectas trastocan todo. La pérdida de las raíces entretejida en la pérdida de la propia juventud sobrevuela sus páginas, aquello que se perdió y ya no regresará jamás, el tiempo devastador que todo lo cambia y se lo come (“En la oscuridad silenciosa de la noche, traté de contener el aliento, en tanto que a mi alrededor la ciudad se disolvía en el paisaje. Las casas se derruían una tras otra, la vía del ferrocarril se oxidaba hasta no ser ni sombra de lo que fue y en los campos de labranza brotaban a placer las malezas. Como una película que se proyectara marcha atrás, el tiempo retrocedía“, dice uno de sus párrafos sobre una ciudad camino del olvido, a que es fascinante, ¿verdad?). Todo eso está ahí y convierte esta novela en una lectura inolvidable, que te deja un poso de melancolía dentro mientras te va atrapando en su trama lynchiana.
La caza del carnero salvaje es una de las primeras novelas de Murakami. Escrita en 1982 fue su secuela, Baila, Baila, Baila (la maravillosa Baila, Baila, Baila), de 1988 y publicada en España hace un año, y el Hotel Delfín y su misterioso hombre carnero los que me empujaron a su lectura inmediata. De hecho, ese es el paso que os recomiendo dar. Empezar con Baila, Baila, Baila y, después, rebobinar con La caza del carnero salvaje. Así la lectura resultará tan redonda y deslumbrante como a mí. Después de Baila, Baila, Baila sentía que debía pisar, oler, sentir, habitar el primer Hotel Delfín, el mugriento y decadente primer Hotel Delfín, para poder entender al completo esa novela, para cerrar el círculo. Ahora ya no sé cuál de las dos me ha gustado más. Porque si en Baila, Baila, Baila estamos ante el Murakami más intimista, en La caza del carnero salvaje esa sensación, al final, es tal que abruma. Es una novela que crece tantísimo desde la mitad al final que sólo por eso merece la pena leerlo.
Y, por cierto, mi cineasta favorito es David Lynch. Y alguna vez, al terminar de ver el piloto de Twin Peaks, Carretera Perdida, Mulholland Drive o Terciopelo Azul, por ejemplo, también dije eso de “Hijo de puta, hijo de puta”. Porque a veces hijo de puta no es un insulto sino que sirve para definir la más profunda admiración.
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http://www.archivo.pagina12.com.ar/2001/suple/Libros/01-11/01-11-04/nota2.htm
Hotel Murakami
¿Puede un novelista japonés develar la psique de su nación utilizando herramientas literarias occidentales? En Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (Tusquets, 2001), Haruki Murakami apuesta todas sus fichas a esa quimera y sale victorioso.
POR JUAN FORN
En 1995, Haruki Murakami volvió al Japón después de cinco años de enseñar en Princeton. El retorno se debió a tres razones: el terremoto que había devastado poco antes la ciudad donde pasó su infancia (Kobe); el atentado con gas sarin que había perpetrado en el subte de Tokio la secta Aum y un manuscrito que había empezado y terminado durante aquella estadía en Occidente. Murakami había abandonado la isla luego de la publicación de Norwegian Wood, una novela en dos tomitos sobre un triángulo amoroso que vendió 2 millones de ejemplares en el Japón y convirtió a su autor, de la noche a la mañana, en un auténtico icono para la juventud de su país. Aterrorizado por las consecuencias de esa iconización, Murakami se apresuró a publicar un libro “difícil” (Dance, Dance, Dance, continuación de la mejor de sus novelas anteriores, La caza del carnero salvaje). Cuando los jóvenes salieron a comprar ese libro con la misma avidez con que habían consumido Norwegian Wood, y la crítica redobló sus acusaciones al autor de “trivializar la realidad del país y occidentalizarla”, Murakami decidió aceptar la invitación de Princeton y dejó el Japón pensando que nunca más volvería a vivir allí. Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, aquel manuscrito que Murakami llevaba bajo el brazo cuando volvió a su país, resultaría ser no sólo el más japonés de sus libros sino el más ambicioso y logrado. “Si es el más japonés será porque lo escribí en Occidente. Vivir en el extranjero plantea de inmediato preguntas sobre la identidad. Es muy significativo que no exista una palabra japonesa para lo que Occidente llama identidad. Lo más parecido es el término shutaisei, acuñado después de la Segunda Guerra para aludir a lo que ustedes llaman subjetividad, independencia, o individualismo”, ha declarado su autor. Que Crónica... sea una novela profundamente shutaisei no es casualidad. Que en sus páginas se sumerja al lector en episodios escalofriantes de aquella guerra, tampoco. Y que éste haya sido el libro de Murakami menos popular en su país, menos.
EL EXTRANJERO
Nacido en Kyoto en 1949 y criado en Kobe, hijo de maestros de escuela que le inculcaron el amor por los libros, Murakami se enroló a los dieciocho años en la Universidad Waseda de Tokio, dispuesto a estudiar teatro clásico griego. Su creciente fascinación por la cultura popular occidental lo llevó a abandonar la academia luego de graduarse y a abrir un bar de jazz en Tokio. Escribiendo de día y trabajando de noche, Murakami terminó sus primeros cuatro libros, con los que entró pateando la puerta en el panorama literario japonés: Hear the Wind Sing ganó en 1979 el Premio Gunzou a la mejor primera novela, La caza del carnero salvaje se llevó el Premio Noma para escritores jóvenes en 1982 y Hard-Boiled Wonderland and the End of the World sorprendió a propios y extraños llevándose en 1985 el prestigioso Premio Tanizaki. Después, la explosión de Norwegian Wood, el fallido intento de recuperar su status anterior con Dance, Dance, Dance y el autoexilio para escapar de las invitaciones permanentes a foros públicos y debates televisados acerca de su influencia en la juventud nipona. Pero si su partida estuvo signada por el afán de privacidad, su retorno mostró el signo inverso: además de publicar Crónica..., Murakami encaró su primer libro de no-ficción, Underground, un ensayo-reportaje donde entrevistó a las víctimas sobrevivientes del ataque de gas sarin y a los miembros de la secta Aum, en un intento por explorar, tal como anunciaba el subtítulo del libro, “The Tokio Gas Attack and the Japanese Psyche”. Lo que nos lleva al punto neurálgico de su obra: ¿cómo sumergirse en los abismos de la psique de una nación que históricamente ha sometido toda subjetividad a los rituales de la más incuestionable disciplina, en el terreno militar, laboral, social y religioso? La fórmula elegida por Murakami, cuya cristalización más acabada se manifiesta en Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, consiste en un envase (y un método) tomado de la literatura occidental, con un contenido absolutamentepropio. Si la construcción de un estilo es la combinación de múltiples influencias que terminan dando como resultado una voz propia, Murakami ha sabido entretejer con endiablada habilidad su fascinación por Kafka, Lewis Carroll, Camus, Chandler y Pynchon (para citar sólo unas pocas de las influencias que resuenan en sus libros) con sus propias obsesiones. Autoproponiéndose como un puente entre Oriente y Occidente, su obra es igualmente excéntrica para ambos mundos: si la voz que narra sus historias suena al oído japonés como traducida de otra lengua, las reacciones de los personajes que pueblan sus ficciones son invariablemente sorprendentes para el lector no japonés. Curiosamente, lo que el lector occidental ve como contención, el lector japonés ve como transgresión: sea el tratamiento del sexo, los pasos de comedia imperturbable, la expiación de la culpa (colectiva e íntima) o el afán de un destino individual. Hay un detalle más que termina de explicar la paradoja de que un éxito “juvenil” en Japón despierte tan “seria” atención en Occidente: la rarísima limpidez de la voz de Murakami muestra siempre un mundo por descubrir, y descifrar, hermanando así a lectores novatos y experimentados en un hipnótico rito de iniciación (para unos, hacia la vida; para los otros, hacia el corazón literario del Japón actual).
EL SONIDO DE LA HISTORIA
El protagonista excluyente de Crónica... es Tooru Okada y lo que sucede en su vida a partir de la desaparición de su gato y, casi enseguida, de su esposa. Poco a poco descubrimos que su matrimonio era mal visto por la familia de Kumiko, su esposa, cuyo hermano es un ascendente político de ultraderecha que deposita una fe inmoderada en los adivinos. La fauna que empieza a poblar la vida de Tooru a partir de entonces es una galería de personajes inquietantes de ese submundo (teñidos de esa “aura” de profundidad que parece otorgar lo oriental a todo aquello no explicable racionalmente), que le irán permitiendo develar el misterio en la medida en que él mismo acceda a facetas de sí que hasta entonces desconoce. Todos sus interlocutores han tenido experiencias muy cercanas con la muerte, en especial el teniente Mamiya, un anciano manco que asistió a episodios escalofriantes en Manchuria como miembro del ejército imperial durante la Segunda Guerra. A lo largo del libro, Tooru descubrirá el vínculo secreto entre aquellos episodios y las personas que lo rodean, y se adentrará en la psique de su nación con el distanciamiento enajenado que caracteriza a quien se sumerge en un videojuego. Si la gran pregunta de Murakami es qué significa ser japonés después del ocaso del militarismo y la tradición, este libro íntimo y panorámico a la vez trabaja la cuestión en dos niveles: por un lado estableciendo un sugestivo paralelismo entre el sentido de pérdida y desorientación que invadió a los japoneses después de la guerra y el que los embarga ahora, en pleno bienestar material; y por el otro, identificando el proverbial silencio japonés no con la discreción y la sabiduría sino con el temor a las asperezas y rubores del autoanálisis (en el terreno individual y también en el nacional; sin ir más lejos, todos los libros de historia japonesa, dice Murakami, silencian lo que él cuenta sobre Manchuria). Cada uno de esos movimientos son puntuados en el libro por el extraño canto del pájaro del título, cuyo sonido es el del engranaje de la Historia sometiendo al mundo a una nueva vuelta de tuerca. “Tenemos habitaciones en nuestro interior, no visitadas nunca u olvidadas. De tanto en tanto nos aventuramos por un pasaje que nos lleva a esas habitaciones. Y encontramos en ellas cosas que sabemos que nos pertenecen, pero es la primera vez que vemos”, declaró Murakami, luego de que Crónica... le permitiera alzarse con el codiciadísimo Premio Yomiuri (ganadores anteriores: Kawabata, Mishima, Kobo Abe y Kenzaburo Oé). No hay, para Murakami, metáfora de la mente más expresiva que un hotel; quizá por eso no hay libro suyo que no incluya escenas decisivas ambientadas en uno. Sepa el lector que seadentre en ese hotel infinito que ya estaba dentro antes de internarse en él y que no terminará de salir aunque sus pies se apoyen de nuevo en suelo conocido.
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