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Mostrando entradas de abril, 2020

De cómo ser extranjero de sí mismo

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Michel Houellebecq y Frédéric Beigbeder son dos escritores franceses que, además de ser amigos, han tenido una trayectoria vital parecida que se refleja en dos de sus novelas. Ambos, denuncian un mundo repleto de estupidez e hipocresía en donde el factor humano ha quedado apartado en beneficio del mercado y de la sociedad anclada en la cultura del éxito que fomenta unos valores tan absurdos como crueles. Esta mañana, después de haber sostenido una deliciosa entrevista con Álvaro Espinosa, el cantante y guitarrista de Pink Tones —y que en breve aparecerá en nuestra Galería de Cronopios de Achtung!—, me he visto obligado a comer en un céntrico restaurante de la capital. Se trataba de uno de esos lugares destinados al consumo del oficinista de cierto fuste, con un menú del día caro, pero de calidad, y una potente carta. Mientras saboreaba una excelente menestra, me veía rodeado por agresivos corporativistas, por profesionales curtidos y convencidos del lugar que ocupan en este mundo,

Ampliación de campo de batalla

"Es la primera vez que me enfrento desarmado a una crisis depresiva (comenzó hace unas dos o tres semanas tras el asesinato de un hombre al que no conocí afuera de mi trabajo) pero tengo como ventaja una larga lista de crisis superadas, siempre de la manera más digna posible. Conozco mejor mis síntomas, sus señales y su significado. He entendido que la disminución en el gusto musical también la acompaña una disminución en la capacidad de sentir placer y en la capacidad (por extraño que parezca) de la concentración." (Ampliación del campo de batalla, Michel Houllebecq) https://lapiedradesisifo.com/2009/03/25/ampliaci%C3%B3n-del-campo-de-batalla-de-michel-houellebecq/ AMPLIACIÓN DEL CAMPO DE BATALLA, DE MICHEL HOUELLEBECQ ALEJANDRO GAMERO  —  25/03/2009

una mujer lee...

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Algernon Blackwood: El Wendigo. (Cuento)

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Aquel año se organizaron numerosas partidas de caza, pero apenas si se llegó a descubrir rastro alguno; los alces parecían excepcionalmente tímidos aquella temporada y los chasqueados Nemrods regresaron al seno de sus respectivas familias formulando las mejores excusas que se les ocurrieron. El doctor Cathcart, como otros muchos, regresó sin un solo trofeo. Pero trajo, en cambio, el recuerdo de una experiencia que, según confiesa, vale por todos los alces cazados en su vida. Y es que Cathcart, de Aberdeen, aparte de los alces, estaba interesado en otras cosas; entre ellas, en las extravagancias de la mente humana. Sin embargo, esta singular historia no figura en su libro La Alucinación colectiva por la sencilla razón de que (así lo confesó una vez a un colega suyo) vivió los hechos demasiado de cerca para poder opinar con entera objetividad… PUBLICADO 14may13 POR  ESTOESPUROCUENTO Algernon Blackwood

Los sauces de Algernon Blackwood

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"Los sauces nunca alcanzan la dignidad de árboles, no tienen troncos rígidos, permanecen como humildes arbustos, con copas redondeadas y suaves siluetas, oscilando sobre delgados troncos que responden a la mínima presión del viento, flexibles como la hierba, y tan cambiantes que dan la impresión de que la planicie entera está animada y viviente."

Cass... Bukowski... (cuento)

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"Me acuerdo de la mañana Que me mostró su piel... Estábamos en un bar Y se cortó la cara Vibraba como en un nirvana Luego se echó a correr"  (Polaroid de locura ordinaria, Fito Paez) La chica más guapa de la ciudad, Charles Bu kowski (cuento) Cass era la más joven y la más guapa de cinco hermanas. Cass era la chica más guapa de la ciudad. Medio india, con un cuerpo flexible y extraño, un cuerpo fiero y serpentino y ojos a juego. Cass era fuego móvil y fluido. Era como un espíritu embutido en una forma incapaz de contenerlo. Su pelo era negro y largo y sedoso y se movía y se retorcía igual que su cuerpo. Cass estaba siempre muy alegre o muy deprimida. Para ella no había término medio. Algunos decía que estaba loca. Lo decían los tontos. Los tontos no podían entender a Cass. A los hombres les parecía simplemente una maquina sexual y no se preocupaban de si estaba loca o no. Y Cass bailaba y coqueteaba y besaba a los hombres pero, salvo un caso o dos