Encender una hoguera (cuento) Jack London
El día amaneció extraordinariamente gris y frío. El hombre abandonó el camino principal del Yukon y empezó a trepar por la empinada cuesta. En ella había un sendero apenas visible y muy poco frecuentado, que se dirigía al Este a través de una espesura de abetos. La pendiente era muy viva. Al terminar de subirla, el viajero se detuvo para tomar aliento y trató de ocultarse a sí mismo esta debilidad consultando su reloj. Eran las nueve. No había el menor atisbo de sol, a pesar de que ni una sola nube cruzaba el cielo. El día era diáfano, pero las cosas parecían cubiertas por un velo intangible, por un algo sutilmente lóbrego que lo entenebrecía todo y cuya causa era la falta de sol. Pero esto no preocupaba al caminante. Estaba ya acostumbrado. Llevaba varios días sin ver el globo radiante y sabía que habrían de transcurrir algunos más para que se asomase un poco por el Sur, sobre la línea del horizonte, volviendo a desaparecer en seguida.